Me
gustaría comenzar con una frase que he anotado en mis apuntes pero cuyo autor
no recuerdo: “…es mejor vivir con la
alegría de los hombres que llorar ante el muro ciego”. ¡Mejor vivir con
alegría! ¿Se puede? Echando un vistazo a nuestra civilización y al mundo que
hemos construido ¿puedo reír o debo llorar?, ¿puedo estar alegre o, más bien,
he de permanecer en la absoluta tristeza? Crisis, desahucios, paro, hambre, desigualdades,
injusticias…
Hay momentos en cada una de nuestras
vidas en las que pueden pesar más las razones para la tristeza, el lamento, el
llanto. Sin embargo, hemos de preguntarnos, ¿a qué nos conduce estar tristes,
lamentarnos y llorar? ¿Para qué sirven las lágrimas? ¿Para qué las angustias y
tristezas? ¿Acaso nos van a devolver lo que hemos perdido, lo que nos han
robado, lo que hemos dejado atrás?
La letra de una canción me recuerda: “tú no puedes volver atrás porque la vida ya
te empuja”. No podemos volver atrás. Aunque el pensamiento nos transporte a
tiempos pretéritos, no podemos regresar a ellos más que con el recuerdo. Nuestra
historia, la historia de cada uno de nosotros está jalonada de momentos de
alegría y dolor. Venimos a la vida por un acto de felicidad y placer, nacemos
entre dolores y llantos y, sin embargo, proporcionamos alegría a nuestros
progenitores y a quien nos ve nacer. La historia del hombre son historias de
vidas llenas de contrastes, de constantes contradicciones, de alegrías y
tristezas, de risas y de llantos… ¿seríamos capaces de valorar la alegría en su
justa medida si no hubiésemos experimentado la tristeza en nuestras vidas?
Son, generalmente, los malos momentos
los que quedan grabados de un modo especial en nuestra memoria. También los
mejores, los alegres, los felices quedan indeleblemente marcados en ella de
manera que podríamos decir que unos y otros, por contraste, conforman nuestro
recuerdo. Lo que antes se olvida es lo cotidiano, lo ordinario. Son los
acontecimientos felices o los tristes los que marcan las singularidades de cada ser humano y de
las civilizaciones. Pero marcarnos no significa que nos tengan que subyugar. La
celebración del fin y del comienzo de cada año ha de ser una invitación a la
esperanza, a superar las dificultades y el dolor, a renovar la lucha por seguir
viviendo en la alegría. A veces es difícil, muy difícil.
Recuerdo mi primer fin de año en
prisión. Aquella mañana de 31 de diciembre de 2003 amaneció con la noticia de
un compañero que se había suicidado la noche anterior. Terminó el año acabando
con su propia vida. Dejó sus cosas recogidas y una nota escrita. Su cuerpo,
colgado todavía del soporte de la televisión, ya estaba frío cuando entré a
administrarle la absolución “sub
conditione”. Triste manera de terminar. Recuerdo que aquel día escribí en
mis papeles: “ser cristiano no consiste, ante
todo, en hacer muchas cosas… Ser cristiano consiste, básicamente, en ESTAR, en
SABER ESTAR”. Sean cuales fueren las circunstancias de nuestra vida, no
importa cómo empieces sino cómo termines.
No importa si 2012 ha sido
un año desastroso, lo que importa es que comencemos el 2013 con ánimo renovado,
con ganas de luchar porque sea mejor, con la ilusión de que seguimos vivos, con
la esperanza de que puede superarse el dolor. Si somos creyentes tenemos la
certeza, la garantía, de que no estamos solos. Si no lo fuéramos, también
podemos confiar en la buena voluntad de los que quieren un mundo mejor y unirnos
a ellos. Que nada ni nadie nos robe la esperanza de seguir luchando, que nada
ni nadie se lleve la alegría de nuestros corazones.
¡FELIZ AÑO NUEVO! Que Dios
nos bendiga a todos y nos conceda su Paz, fuente de alegría, en el nuevo año 2013.
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