21:10 Hoy he tardado en poder
escribir. Hay una razón de peso. Sólo he podido celebrar la Misa pero ni he
podido rezar el oficio ni he hecho la oración.
En
prisión nada es previsible. Me ha llamado la directora de enfermería y me ha “nombrado” interno de apoyo. Me he
quedado estupefacto. He tenido que trasladarme desde mi cómoda celda
individual, la 35, en la segunda planta, a la nº 11 de la primera. Ya no
comparto la noche con mi interno de apoyo, ahora he de pasar las veinticuatro
horas en una celda de cuatro internos. “No
quieres una taza…, pues ¡siete!”. Mis compañeros son el guardés, el asturiano y un viejito que acaba de llegar del hospital.
Celebré
la Santa Misa y tuve la alegría, al menos, de poder estar con mi compañero de
curso que ha venido a visitarme. Me ha hablado del nuevo abogado. Tiene muy
buenas impresiones y dice que, fundamentalmente, el recurso al Supremo más que
de casación será, sobre todo, de revisión.
Hoy
no he comido. Después de una siesta recogí todos mis enseres. Bajé a mi nueva
celda, la nº 11, y con lejía, estropajo y algunos artilugios de limpieza en
mano me puse a trabajar. En mi vida había visto un lugar tan sucio. Ordené las
camas, limpié el suelo, tiré un montón de cosas inservibles que almacenaban no
sé para qué, saqué los cartones que cubrían las ventanas, fregué a conciencia
cuarto de baño y ducha. Muchísima lejía para desinfectarlo todo.
Trasladé
mis cosas y las metí en mi taquilla. Tengo un par de mesitas al lado de mi cama
donde coloqué mis libros y papeles. ¡Ya estoy instalado! A ver cómo transcurre
la primera noche.
He
recibido seis cartas. Pido fuerzas a Dios para esta nueva misión que, intuyo,
va a resultar muy difícil. Tanto escribir sobre “diabólicos” y, al final, los voy a tratar desde cerca. El Señor me
va a hacer experimentar lo que es de verdad ser un preso.
El
guardés ha montado un numerito. Se ha
quejado al funcionario por la limpieza y el orden que hice en la celda y le
pidió cambio de celda. Finalmente decidió quedar. El asturiano le pide que le prepare una cuchilla porque quiere
rajarse. ¡Empezamos bien! Le advierto que si quiere antes le doy la absolución.
Después de un pequeño diálogo parece que se ha tranquilizado un poco. ¡Dios me
libre de que se pinche o se raje! Ya lo ha hecho en otras ocasiones.
Domine, ut videam!
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