viernes, 12 de abril de 2013

Diario (56) 3 de abril de 2003


                21:10 Hoy he tardado en poder escribir. Hay una razón de peso. Sólo he podido celebrar la Misa pero ni he podido rezar el oficio ni he hecho la oración.
                En prisión nada es previsible. Me ha llamado la directora de enfermería y me ha “nombrado” interno de apoyo. Me he quedado estupefacto. He tenido que trasladarme desde mi cómoda celda individual, la 35, en la segunda planta, a la nº 11 de la primera. Ya no comparto la noche con mi interno de apoyo, ahora he de pasar las veinticuatro horas en una celda de cuatro internos. “No quieres una taza…, pues ¡siete!”. Mis compañeros son el guardés, el asturiano y un viejito que acaba de llegar del hospital.
                Celebré la Santa Misa y tuve la alegría, al menos, de poder estar con mi compañero de curso que ha venido a visitarme. Me ha hablado del nuevo abogado. Tiene muy buenas impresiones y dice que, fundamentalmente, el recurso al Supremo más que de casación será, sobre todo, de revisión.
                Hoy no he comido. Después de una siesta recogí todos mis enseres. Bajé a mi nueva celda, la nº 11, y con lejía, estropajo y algunos artilugios de limpieza en mano me puse a trabajar. En mi vida había visto un lugar tan sucio. Ordené las camas, limpié el suelo, tiré un montón de cosas inservibles que almacenaban no sé para qué, saqué los cartones que cubrían las ventanas, fregué a conciencia cuarto de baño y ducha. Muchísima lejía para desinfectarlo todo.
                Trasladé mis cosas y las metí en mi taquilla. Tengo un par de mesitas al lado de mi cama donde coloqué mis libros y papeles. ¡Ya estoy instalado! A ver cómo transcurre la primera noche.
                He recibido seis cartas. Pido fuerzas a Dios para esta nueva misión que, intuyo, va a resultar muy difícil. Tanto escribir sobre “diabólicos” y, al final, los voy a tratar desde cerca. El Señor me va a hacer experimentar lo que es de verdad ser un preso.
                El guardés ha montado un numerito. Se ha quejado al funcionario por la limpieza y el orden que hice en la celda y le pidió cambio de celda. Finalmente decidió quedar. El asturiano le pide que le prepare una cuchilla porque quiere rajarse. ¡Empezamos bien! Le advierto que si quiere antes le doy la absolución. Después de un pequeño diálogo parece que se ha tranquilizado un poco. ¡Dios me libre de que se pinche o se raje! Ya lo ha hecho en otras ocasiones.
                Domine, ut videam!

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