El capellán ha llegado hoy a las
diez, muy temprano, y hemos concelebrado. Después me vine a la celda y me
dediqué a responder las cartas que recibí ayer.
He
tenido vis a vis y he encontrado a mamá un poco baja de ánimo. Le dolía la
cabeza. Encuentro muy nerviosos a mis padres. Ha venido mi hermana también. Me
dice que las niñas quedan encantadas cada vez que reciben carta mía. La mayor
ya no le pregunta por mí a ella. Le ha preguntado a la chica que trabaja en
nuestra casa y a una amiga. Cuando llegó su padre de Barcelona tampoco le
preguntó si había estado conmigo. Sabe que la han engañado y que no estoy en
Barcelona. La pequeña pregunta constantemente cuándo volveré.
De
vuelta en el módulo, el ATS al que conozco me da la medicación y me pregunta
por mis padres. Luego, al subir al economato, me presentan al interno que el Cabo ha traído para sustituir al griego. Aunque éste estaba empeñado en que fuera yo
quien lo reemplazase, el Cabo lo
estaba en traerse a un amigo suyo. Lo instaló en una celda del segundo piso, de
las que son de cuatro internos, aunque está solo. El Cabo está ya contento.
Estoy
convencido de que ha sido el Cabo
quien se ha encargado de preparar toda la maniobra para que me hicieran interno
de apoyo y poder así traer a su amigo como encargado del economato. En prisión
no son precisamente los funcionarios quienes mandan. Ni en la enfermería son
los médicos quienes organizan la vida de los internos. Ellos tienen, es verdad,
la última palabra, claro. Pero, en realidad, siempre hay un interno de
confianza que es quien pincha y corta, quien hace las cosas a su gusto. Cuando
estuve preventivo era el Cabo quien
se encargaba de asignarle celda al interno que llegaba y quien le daba una
ocupación o responsabilidad en el módulo. El que está ahora hace lo mismo.
Criticaba al anterior pero, sin embargo, él no es mejor, ni mucho menos. Al
menos el anterior era correcto, educado, guardaba las formas. El que está ahora
todo lo soluciona a base de gritos. A mí, al menos de momento, me respeta. No
creo que lo haga por ser quien soy, sino más bien porque sabe quiénes están
pendientes de mí.
Está
claro que el capellán sabe de prisiones más de lo que yo haya podido aprender
en este tiempo. Sin embargo, me molesta que no haya hecho nada por conseguirme
un destino como auxiliar suyo. Tendrá sus razones. Seguro que, entre ellas, la de
no perjudicarme; pero no lo entiendo. ¿Por qué el Cabo es su auxiliar a pesar de que ya tiene destino y de que yo soy
sacerdote?
El
Cabo está condenado por narcotráfico.
Acaba de cumplir una condena por el sistema penal antiguo, con redención de
pena por trabajos realizados, es decir, disminución de tiempo de cárcel. Sin
haber salido en libertad ha comenzado a cumplir otra por el nuevo régimen de
cumplimiento. Según éste ya no se concede redención sino créditos. Por las
tareas realizadas se otorgan recompensas: vis a vis extraordinario, llamada
telefónica, etc.
No
conozco bien esta nueva legislación, tendré que estudiármela. No obstante, sólo
por lo que ya se induce, puede afirmarse que es el resultado de una mentalidad
que no sólo no entiende las prisiones y su funcionamiento, sino que, además, no
cree ni en la rehabilitación del interno ni en su reinserción. Persigue,
únicamente, calmar a la opinión pública haciendo hincapié en que todo
delincuente pagará íntegramente su pena. Una mera estrategia política para
imponer una falsa idea de orden público y social. Una hipocresía más, entiendo,
de nuestra civilizada y avanzada sociedad.
Mi
experiencia, hoy, me hace pensar que no existe honradez ni limpieza en el
sistema judicial y en la política. Todo se mueve por intereses ideológicos,
económicos, políticos,… del tipo que sean. Demasiado egoísmo e intereses
particulares en contra de la prevalencia de la búsqueda de la verdad y del bien
común.
El
Cabo, vuelvo a tomar el hilo, lleva
unos once años en prisión. Ha recorrido distintas cárceles hasta llegar a ésta.
Es lo que, en lenguaje de prisión, se llama un “taleguero”. Sabe manejarse y manejar la situación. Sabe ir
consiguiendo aquello que persigue. Conoce mejor que cualquier funcionario los
entresijos de la cárcel. Sabe cómo tratar a internos y funcionarios. Si bien,
es cierto, a los internos los trata a gritos, imponiéndose, manteniéndolos a
raya. Se atreve, incluso, a levantar la voz con algún funcionario. La verdad es
que no tiene ni idea de trato personal. Seguramente ni lo pretende. Pero su
estilo le da resultado. Su modus
operandis aquí es la imposición por la fuerza bruta. No dejo de preguntarme
si será igual de valiente en la calle o en otro módulo que no sea la
enfermería. Aquí es el gorila que
maneja a su gusto y capricho. Creo que a los funcionarios les resulta práctico
y cómodo. Para qué enfrentarse ellos a los internos si lo tienen a él. Aquí se
considera un triunfador, tiene poder. ¿Será consciente de que no es más que un
interno? ¿Caerá en la cuenta de que en la calle su actitud no es más que la de
un vulgar chulo y vividor?
Quizás
mis palabras estén faltas de caridad. Pido perdón. Pero no hago más que
describir la realidad, y me quedo corto al disertar sobre ella. No comento nada
con nadie. Sólo escribo en mis papeles. No escribo su nombre para preservar su
fama, su honra, su dignidad. Aunque no sea merecedor de respeto por méritos
propios no dejo de tener en cuenta lo que tantas veces repite Juan Pablo II:
hemos de saber distinguir entre el error y el que yerra. Escribir me ayuda a
desahogarme en la intimidad. Ojalá fuera otra la realidad. No soporto que un
preso sea más represivo en su actuar con los demás que el peor de los
funcionarios. No soporto la doble cara en las personas, la falsedad, la
hipocresía. No soporto que se diga una cosa y se haga la contraria. No soporto,
tampoco, a quien confunde la sinceridad con el descaro y la mala educación, a
quien cree ser noble cuando no es más que un bruto que no piensa lo que dice ni
cuándo ni dónde. Me parecen meros animalitos que se dejan llevar por sus
impulsos. Eso sí, animalitos humanos, más terribles que cualquier otro animal.
Partido
de fútbol en la televisión. Entretenidos, los inquilinos me dejan escribir. A
las 20:30 nos han chapado y a las 21:30 pasó el recuento. El asturiano ha cambiado de canal al
terminar el partido para ver una película de acción: Silvester Stalone y
prisiones. ¡Qué moral!
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