lunes, 22 de abril de 2013

Diario (61) 8 de abril de 2003


                      El capellán ha llegado hoy a las diez, muy temprano, y hemos concelebrado. Después me vine a la celda y me dediqué a responder las cartas que recibí ayer.
                He tenido vis a vis y he encontrado a mamá un poco baja de ánimo. Le dolía la cabeza. Encuentro muy nerviosos a mis padres. Ha venido mi hermana también. Me dice que las niñas quedan encantadas cada vez que reciben carta mía. La mayor ya no le pregunta por mí a ella. Le ha preguntado a la chica que trabaja en nuestra casa y a una amiga. Cuando llegó su padre de Barcelona tampoco le preguntó si había estado conmigo. Sabe que la han engañado y que no estoy en Barcelona. La pequeña pregunta constantemente cuándo volveré.
                De vuelta en el módulo, el ATS al que conozco me da la medicación y me pregunta por mis padres. Luego, al subir al economato, me presentan al interno que el Cabo ha traído para sustituir al griego.  Aunque éste estaba empeñado en que fuera yo quien lo reemplazase, el Cabo lo estaba en traerse a un amigo suyo. Lo instaló en una celda del segundo piso, de las que son de cuatro internos, aunque está solo. El Cabo está ya contento.
                Estoy convencido de que ha sido el Cabo quien se ha encargado de preparar toda la maniobra para que me hicieran interno de apoyo y poder así traer a su amigo como encargado del economato. En prisión no son precisamente los funcionarios quienes mandan. Ni en la enfermería son los médicos quienes organizan la vida de los internos. Ellos tienen, es verdad, la última palabra, claro. Pero, en realidad, siempre hay un interno de confianza que es quien pincha y corta, quien hace las cosas a su gusto. Cuando estuve preventivo era el Cabo quien se encargaba de asignarle celda al interno que llegaba y quien le daba una ocupación o responsabilidad en el módulo. El que está ahora hace lo mismo. Criticaba al anterior pero, sin embargo, él no es mejor, ni mucho menos. Al menos el anterior era correcto, educado, guardaba las formas. El que está ahora todo lo soluciona a base de gritos. A mí, al menos de momento, me respeta. No creo que lo haga por ser quien soy, sino más bien porque sabe quiénes están pendientes de mí.
                Está claro que el capellán sabe de prisiones más de lo que yo haya podido aprender en este tiempo. Sin embargo, me molesta que no haya hecho nada por conseguirme un destino como auxiliar suyo. Tendrá sus razones. Seguro que, entre ellas, la de no perjudicarme; pero no lo entiendo. ¿Por qué el Cabo es su auxiliar a pesar de que ya tiene destino y de que yo soy sacerdote?
                El Cabo está condenado por narcotráfico. Acaba de cumplir una condena por el sistema penal antiguo, con redención de pena por trabajos realizados, es decir, disminución de tiempo de cárcel. Sin haber salido en libertad ha comenzado a cumplir otra por el nuevo régimen de cumplimiento. Según éste ya no se concede redención sino créditos. Por las tareas realizadas se otorgan recompensas: vis a vis extraordinario, llamada telefónica, etc.
                No conozco bien esta nueva legislación, tendré que estudiármela. No obstante, sólo por lo que ya se induce, puede afirmarse que es el resultado de una mentalidad que no sólo no entiende las prisiones y su funcionamiento, sino que, además, no cree ni en la rehabilitación del interno ni en su reinserción. Persigue, únicamente, calmar a la opinión pública haciendo hincapié en que todo delincuente pagará íntegramente su pena. Una mera estrategia política para imponer una falsa idea de orden público y social. Una hipocresía más, entiendo, de nuestra civilizada y avanzada sociedad.
                Mi experiencia, hoy, me hace pensar que no existe honradez ni limpieza en el sistema judicial y en la política. Todo se mueve por intereses ideológicos, económicos, políticos,… del tipo que sean. Demasiado egoísmo e intereses particulares en contra de la prevalencia de la búsqueda de la verdad y del bien común.
                El Cabo, vuelvo a tomar el hilo, lleva unos once años en prisión. Ha recorrido distintas cárceles hasta llegar a ésta. Es lo que, en lenguaje de prisión, se llama un “taleguero”. Sabe manejarse y manejar la situación. Sabe ir consiguiendo aquello que persigue. Conoce mejor que cualquier funcionario los entresijos de la cárcel. Sabe cómo tratar a internos y funcionarios. Si bien, es cierto, a los internos los trata a gritos, imponiéndose, manteniéndolos a raya. Se atreve, incluso, a levantar la voz con algún funcionario. La verdad es que no tiene ni idea de trato personal. Seguramente ni lo pretende. Pero su estilo le da resultado. Su modus operandis aquí es la imposición por la fuerza bruta. No dejo de preguntarme si será igual de valiente en la calle o en otro módulo que no sea la enfermería. Aquí es el gorila que maneja a su gusto y capricho. Creo que a los funcionarios les resulta práctico y cómodo. Para qué enfrentarse ellos a los internos si lo tienen a él. Aquí se considera un triunfador, tiene poder. ¿Será consciente de que no es más que un interno? ¿Caerá en la cuenta de que en la calle su actitud no es más que la de un vulgar chulo y vividor?
                Quizás mis palabras estén faltas de caridad. Pido perdón. Pero no hago más que describir la realidad, y me quedo corto al disertar sobre ella. No comento nada con nadie. Sólo escribo en mis papeles. No escribo su nombre para preservar su fama, su honra, su dignidad. Aunque no sea merecedor de respeto por méritos propios no dejo de tener en cuenta lo que tantas veces repite Juan Pablo II: hemos de saber distinguir entre el error y el que yerra. Escribir me ayuda a desahogarme en la intimidad. Ojalá fuera otra la realidad. No soporto que un preso sea más represivo en su actuar con los demás que el peor de los funcionarios. No soporto la doble cara en las personas, la falsedad, la hipocresía. No soporto que se diga una cosa y se haga la contraria. No soporto, tampoco, a quien confunde la sinceridad con el descaro y la mala educación, a quien cree ser noble cuando no es más que un bruto que no piensa lo que dice ni cuándo ni dónde. Me parecen meros animalitos que se dejan llevar por sus impulsos. Eso sí, animalitos humanos, más terribles que cualquier otro animal.
                Partido de fútbol en la televisión. Entretenidos, los inquilinos me dejan escribir. A las 20:30 nos han chapado y a las 21:30 pasó el recuento. El asturiano ha cambiado de canal al terminar el partido para ver una película de acción: Silvester Stalone y prisiones. ¡Qué moral!

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