11:14 Hemos dormido una hora
menos debido al cambio de horario. Creo que se nos nota a todos. Todavía no han
repartido la medicación ni ha llegado el capellán. ¡Vaya! Nada más escribir
estas líneas y me llaman por megafonía.
11:50
Ya he celebrado la Misa y tomado la medicación. Al llegar de la capilla
solicité permiso para telefonear. Desperté a mi hermana y a mi cuñado. Las
niñas, con quienes tenía ganas de hablar, estaban aún durmiendo.
Al
subir me encuentro con un funcionario en la celda del griego. Me saluda cordialmente con un: “hola, Edelmiro, ¿tú por aquí? Ya ves, estamos donde nos dejaste”.
Es de los pocos funcionarios que todavía recuerdo. Es agradable. No sé si hace
o no guardias en la enfermería. Debió venir a buscar al griego para que le prepare un café. Se los oye hablar, ahora, justo
debajo, en el economato.
En
la celda del griego también hay
estampas. Me llama la atención una de monseñor Álvaro del Portillo, que yo le
había dado. ¡Dios mío! Si por cada estampa vas haciéndote un poco más presente para
cada interno…
Hoy
apenas he cruzado dos palabras con el capellán. Ha sido un hola y adiós. He
tenido que celebrar, asistido por el interno sacristán, con cierta celeridad.
Me he venido para la celda porque así aprovecho el tiempo para rezar el oficio
y hacer oración. Hoy me dejé llevar de
una lectura de san Agustín: Cristo es el camino que nos conduce a la verdad y a
la vida. También de una reflexión de Martín Descalzo sobre la juventud que me
invita a ver la realidad con unos ojos nuevos y no enturbiados.
He
preguntado al hijo del Cabo si había
límite de visitas en los locutorios. Cuatro personas por interno, familiares, y
los amigos una vez por trimestre. Por lo visto siempre han regido estas normas.
Ni idea. Supongo que mi ex compañera de instituto se llevará un disgusto.
Un
interno de A Guarda ha ido a protestar a los funcionarios por tener que dormir
en la celda con no sé quién. Dijo que sería la última noche que lo aguantaba.
El funcionario, joven, le echó una bronca soberana. “¡Esto es una prisión, no un hotel! ¡Dormirás donde te manden y con
quien te manden!”. Aunque no iba conmigo, doy por captado el mensaje. Lo
cierto es que debo dar gracias por la situación en la que estoy. Gratias, tibi, Domine, gratias tibi.
13:32
He comido, paella. El que hace las veces de pastor evangélico no ha comido. No
le gusta la comida de régimen y dice que se tomará un bocadillo.
En
el comedor suelo sentarme al lado de un hombre que era de una de mis parroquias.
Parece tremendamente tímido y se le ve acobardado. ¿Cómo he de sentirme yo?
También comparte mesa con nosotros un hombre barbudo, de aspecto rudo, del que
no sé todavía el nombre. No solemos hablar mucho pero ambos se muestran muy
educados conmigo. Lo cierto es que suelo comer poco y apurado, no les dejo apenas
tiempo a que puedan entablar conversación conmigo. No sé si esto es lo mejor o
no, pero si me voy a echar un año aquí, quizás convenga no dar demasiadas
confianzas. Prefiero, como tanto me han insistido, pasar desapercibido, aunque
sé que no es posible. Todo el mundo sabe perfectamente quién y qué soy. No
obstante, cuanto menos hable, menos opciones para que se produzcan excesos de
confianza. Mi preocupación por ellos la convierto en oración y en trato amable,
cordial, interesado por su salud, pero distante.
Hay
un joven, creo que condenado por pirómano, que me da mucha lástima. Está muy
mal. Pienso que es una enfermedad de riñón. Ayer, después de comer, vomitó todo.
Nunca había visto a nadie vomitar tanto. Tuvo que ir a locutorios y quiso
hacerlo a pie. No sé de dónde saca fuerza. Un hombre ya maduro lo atiende como
interno de apoyo. Dice que tiene muy mala leche. Por cierto que el pasado fin
de semana le tocaba salir de permiso y no le dejaron. Por lo visto se perdió la
instancia, le dijeron. Él sospecha que no lo hayan dejado salir para que
atienda al pirómano enfermo.
Hay
también otro interno de edad respetable, 71 años, que está preocupado por su
estado. Hace dos días lo llevaron a una consulta médica externa, porque perdió
visión en un ojo, acompañado de la Guardia Civil. Le han dicho que se trata de
una enfermedad grave pero no le han dado el informe médico, se lo entregaron
directamente a la benemérita. El pobre hombre anda con la mosca detrás de la
oreja. Ha telefoneado a su yerno, médico, pero éste le ha respondido que para
qué quiere saber lo que dice el informe.
Tanto
el interno de apoyo del pirómano como ese hombre mayor tienen un aspecto
externo aseado. Van siempre bien vestidos y gozan del respeto de los demás, a
pesar de estar en la planta inferior del módulo junto con los diabólicos.
14:10
Todavía no han llamado para la medicación. Si tardan un poco más ya no lo harán
hasta las 16:30, la hora en que nos vuelven a abrir las celdas.
Se
oye alguna voz en el economato. Prefiero no bajar. He cobrado 35 € para la
semana y ya solo me quedan 15 € hasta el próximo miércoles. En tabaco y en
sellos se me va la mayoría del peculio. Alguna invitación a café. Lo que más
consumo es agua mineral. Me suelo subir a la celda un paquete de seis botellas
de litro y medio y no me duran mucho.
14:15
Llaman para ir a buscar la medicación. Ya está. Me he cruzado con el Segundo, un hombre largo como un día sin
pan, apenas sin voz y muy fornido. Va a hacer la colada: lavar las sábanas. Es
otra de las ventajas que tenemos los inquilinos de esta segunda planta.
14:25
Recuento. Voy a tratar de dormir un poco. El día, gris como todos estos
últimos, invita a ello y, hemos dormido una hora menos.
16:45
Ha comenzado a despertar de nuevo la prisión. Se oyen correrse las puertas de
las celdas del piso inferior. Se oyen grifos. De momento, pocas voces. Cada vez
el día está más gris. Supongo que de un momento a otro las nubes descargarán
con fuerza.
Domingo
por la tarde. La tranquilidad es absoluta. Parece que estuviéramos en un
monasterio, retirados. El día no invita más que a dormir o a seguir tumbados.
Supongo que es lo que la mayoría estén haciendo.
Los
patios de los módulos 3 y 4 están vacíos. No se ve a nadie. Es éste un momento
en el que la prisión parece desierta. Hoy se va desertando más lentamente que
de costumbre. Alguna voz y algún silbido se oyen a lo lejos. Nada que hacer. La
rutina, el domingo, se rompe únicamente para los pocos que pueden ir a Misa por
la mañana, cincuenta, más o menos, en toda la cárcel.
Las
gaviotas pueblan el tejado del sociocultural. La niebla cierra todavía más el
campo de visión. Frío, oscuridad… da la impresión de que se acerca una
tormenta. Comienza a llover.
17:30
Nos hemos quedado sin luz. Se han disparado las alarmas y el generador se ha
puesto en marcha. Menudo modo de llover, parece que diluvia.
Acabo de
escribir a mi compañero de curso. En este momento me inquieta la tormenta. Creo
que estamos seguros pero... ¿a quién le importaría la desaparición de unos
cuantos reclusos? Se ve que todavía siento amor por la vida. Esto debe ser
buena señal.
19:45 No ha
parado de llover. He escrito a mi ex compañera de instituto y a un primo que
vive en Francia. He solicitado también, por instancia, el vis a vis para el 8
de abril y autorización para traer un televisor y un radio-cd. Falta que nos
llamen para la medicación. Ya han hecho el recuento. Y así se va el domingo.
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