miércoles, 24 de abril de 2013

Diario (62) 9 de abril de 2003


                  10:18 Ayer noche nos despachamos a gusto el automovilista, el asturiano y yo, hablando de lo injusto que nos parece el hecho de que un recluso tenga “poder” sobre los demás y que pueda atribuirse funciones propias de los  funcionarios. No citamos a nadie, pero sabíamos todos de quién hablábamos.
                Esta mañana a las ocho, en el recuento, al entrar a la celda con el funcionario, el Cabo soltó a bocajarro un “¿vosotros qué?, ¡estáis de charla toda la noche y por la mañana no hay quien os levante!”. Mientras espero en la procesión para recoger la medicación, el Cabo se dirige a mí para decirme: “con vosotros ya hablaré yo, a ver qué es eso de lo que tanto  «palicais»”.
                El Segundo, en el economato, me dijo que antes dormía en una celda que estaba sobre la nuestra y que se oía todo lo que se decía debajo. Sólo faltaba que el Cabo se enterara de lo que hemos estado hablando.
                Ya limpié el chabolo y fui al economato. He estado con el nuevo encargado. Me ha hablado bien. Me llamó la atención el que esté siguiendo un tratamiento de metadona para desintoxicarse. El economato lleva consigo la responsabilidad de tener que manejar peculio. Los funcionarios y médicos pagan con dinero de curso legal, no con los billetitos de juguete que nos dan a nosotros.
                He subido al servicio de la planta superior. Siempre lo hago. Aunque en la celda soy yo quien limpia es muy difícil mantener la higiene al cien por cien. El abuelo, sobre todo, siempre “mea fuera de tiesto”. En seguida voy con la fregona pero…
                El capellán todavía no ha llegado. Tampoco nos han entregado aún el peculio y son las 10:45. Algo que me desconcierta mucho es la anarquía existente para cumplir los horarios. Unos días son muy estrictos en el cumplimiento del horario y otros no lo son nada. ¡Paciencia! Estamos, no hay manera de olvidarlo, en prisión. No quiero imaginar cómo serán las cosas en los otros módulos cuando, según dicen, enfermería es el paraíso de prisión.
                A pesar de ser miércoles tampoco me han entregado todavía el televisor. No sé nada del juego de cama que me retuvieron y no me han dado respuesta a las instancias sobre la visita de amigos y para que mis padres puedan recoger lo que me retuvieron cuando ingresé.
                Se ha terminado el papel higiénico. He tenido que comprar en el economato. Setenta céntimos.
                No dejan que te traigan sellos, ni bolígrafos, ni jabón, ni champú… Hay que comprarlo en el economato o solicitarlo por demandadero. Comprendo que se venda café, tabaco, bebidas, galletas y otros productos que no sean imprescindibles. No entiendo, sin embargo, que nuestras familias no puedan traernos algunas cosas (sellos, sobres, papel, bolígrafos…). ¿También hay que hacer negocio aquí?
                La vida en prisión siempre da sorpresas. Quiero conseguir un Reglamento para ponerme al tanto de las normas, derechos y deberes de internos y funcionarios.
                Uno de estos días, una funcionaria me advirtió que no podían enviarme sellos en las cartas. Antes de entregárnoslas, las abren para ver qué contienen. Me insistió en que debían ingresarme dinero en peculio y debía comprarlos aquí. Otros funcionarios, sin embargo, me los han entregado sin ponerme pegas y sin amonestarme.
                Reconozco que soy un privilegiado en tanto en cuanto me han permitido, hasta ahora, traer folios, bolígrafos, sobres y hasta una maquinilla de afeitar de doble hoja, recargable. Incluso me permiten tener libros en la celda. Personalmente no soy de los que tengan mayores motivos para quejarse. Pero veo injusticias que se cometen con los demás y me revuelven por dentro. Las normas no parecen las mismas para todos. Hay diferente trato para los internos. Se conceden privilegios a unos y a otros no se les deja ni respirar. Se nos trata como a bestias y cualquier cosa que se nos permita o conceda parece un favor que se nos está haciendo.
                19:10 He rezado la liturgia de las horas y después de celebrar la Misa me acerqué a la biblioteca. El capellán, como de costumbre, fue visto y no visto. Venía con dos voluntarias. Cuando terminé la celebración le entregué la llave de la capilla a la interna que está en la biblioteca. Tomé prestadas las Normas de Régimen Interior –Régimen ordinario- del Centro Penitenciario. Lo he estado leyendo y he tomado algunas notas. La verdad es que entre el Reglamento y la realidad que vivimos no hay un gran parecido.
                El automovilista ha subido a la celda y ha estado un buen rato de charla conmigo. Se quedó sin comer porque vino a entrevistarle la psicóloga. ¿No conocen nuestros horarios?
                A las 19:15 pasa el recuento y se reparte la cena a continuación. El joven de la mascarilla me pide cinco euros. Dice que el viernes me los devolverá. El asturiano está malhumorado pero no me dice la razón. El abuelo no tiene carné de identificación interior y he de solicitárselo por instancia. No le han ingresado nada en peculio. Me ha dejado leer un auto de prisión preventiva contra él por homicidio. Lo han destinado a un centro psiquiátrico y, posteriormente, de la prisión de A Coruña a esta de A Lama. Cuando llegó lo trasladaron al hospital hasta que lo trajeron de vuelta otra vez. Ahora cenan y aprovecho para escribir. Trataré de llamar por teléfono cuando baje a por la medicación.
                Me acerco a buscar un flan para el asturiano. El que viene de encargado para el economato está en el office repartiendo bandejas. Ahora entiendo por qué el Cabo rechazó mi ayuda cuando se la ofrecí.
                El que fue mi interno de apoyo está muy amable conmigo. Bromea cada vez que me ve. Ya es tarde. Me demostró ser como los demás, “cada uno a lo suyo”. Supongo que, aunque triste, no es extraño. En definitiva, aquí, como en la calle, cuesta vivir las virtudes humanas y, al ser pocos, treinta y uno, y en situación tan extrema, peor aún.
                He podido hablar por teléfono con mamá y con la chica. Me han entregado cuatro cartas. Entre ellas una del Obispo y otra de las Carmelitas de clausura. Esta última me ha hecho saltar las lágrimas. Estamos unidos por las rejas, me escriben. Junto al Señor lo importante es el Amor. Una estampa que me hacen llegar me invita a reflexionar detenidamente. En ella está impreso “ámame tal como eres, si esperas a ser perfecto, nunca me amarás”.
                ¡Ámame tal como eres! Esto me pide el Señor. Y que lo ame aquí, en la cárcel, entre rejas. Mis hermanas Carmelitas me recuerdan que mucho me debe amar Dios para que me deje abrazar esta Cruz.
                Dómine, ut vídeam!
                “Hijo mío, déjame amarte, quiero tu corazón”. Señor, quiero amarte y entregarte plenamente mi corazón. Ayúdame a clavarme junto a Ti en la Cruz. Ayúdame a ser todo tuyo, siempre tuyo, ahora tuyo, en prisión tuyo, en libertad tuyo. ¡Ayúdame, Señor! Ayúdame a decir fiat, como Tú lo has hecho, como tu Madre lo ha hecho. 

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