Oscar Wilde, en su conocido
libro, El retrato de Dorian Gray,
escribe: “puedo simpatizar con todo,
menos con el sufrimiento… Es demasiado feo, demasiado horrible y angustioso.”
El sufrimiento, el dolor, no me producen tampoco simpatía
alguna. Vivimos tiempos difíciles. Nunca había visto a tantas personas en torno
a un contenedor de basura. Nunca a tantos indigentes durmiendo en las calles.
Nunca a tantas familias tener que renunciar a lo necesario para poder llegar a
fin de mes. Nunca a tantos sufrir de
tristeza, angustia, depresión. Hay quienes ante la realidad cierran los ojos o
miran hacia otro lado. Pero también los hay que procuran buscar soluciones.
Unos se solidarizan con quienes sufren y les ofrecen su tiempo, alimentos, ropa
o cobijo; otros denuncian indignados toda esta situación. Ambos son necesarios,
seguro. Pero también es necesario que cada uno tratemos de superar las propias
dificultades, el propio dolor, y que no nos dejemos derrotar por la angustia,
la tristeza, la desesperación.
He tenido que experimentar en mi vida el sufrimiento. No
como espectador, sino como primer protagonista. ¿Quién no? He conocido la
derrota, he llegado a la desesperación, he perdido el norte en mi vida y he
dado bandazos, he buscado exasperadamente un sentido a todo lo que vivía sin
poder llegar a encontrarlo, he preguntado miles de veces por qué, sin obtener
nunca una respuesta. Recuerdo que, entonces, muchos me aconsejaban y algunos,
incluso, trataban de adoctrinarme. Quizás con la mejor de las intenciones,
olvidaban que las recetas genéricas no sirven para los sufrimientos
particulares y que, mejor que recetas, es dar remedios. Por todo eso yo no me
atrevo ahora a decirle a nadie qué es lo que debe hacer o cómo. Pero sí, y por
eso estas letras, a expresar lo que me ayudó a superar aquel tormento. Se las
dedico especialmente al amigo que hoy me telefoneó, pero también a quien
pudieran servirle de ayuda.
Cuando el dolor llega de modo inesperado y nos sorprende,
apenas sabemos reaccionar. Nos puede hacer caer en un estado de completo caos físico
y psíquico que nos llegue a producir temblores, sudoración, permanente sensación
de angustia, ansiedad y miedo; que nos lleve a cambiar el estado de ánimo de un
modo compulsivo; que nos produzca alteración del sueño, pérdida de apetito,
dolor de cabeza, malestar gastrointestinal y nos haga sentir excitación ante
los acontecimientos e inseguridad. ¿Qué hacer ante una situación como esta?
Está claro que lo primero es dejarse ayudar por un especialista en psiquiatría,
pero ¿es suficiente? Desde luego a mí, personalmente, de poco me sirvió. He de
reconocer que los fármacos fueron imprescindibles. Recuerdo que me decían
entonces que probablemente los tuviera que seguir tomando el resto de mis días.
Poco más de dos años después dejé de hacerlo.
Lo primero que me obsesionó ante el problema que se me vino
encima fue el encontrar un motivo. ¿Por qué? No dejaba de preguntármelo. Al no
encontrar respuesta, me desesperaba. Alguien me invitó, desde la perspectiva
creyente, a cambiar la pregunta por un para qué. Sigo sin encontrar respuesta,
sin embargo, me ayudó a perder la obsesión por el motivo y a centrarme en la
finalidad que cualquier hecho tiene en nuestras vidas. Es cierto, sí, que
ninguna de las preguntas tiene respuesta hoy. Pero como la que se refiere al
motivo es pasado, no tiene solución. ¿Para qué perder el tiempo en ella? La que
se refiere a la finalidad se abre al futuro y, con él, a la esperanza. Creo que
ante un problema es necesario buscar perspectivas y no encerrarse en él.
En segundo lugar, si el problema tiene la suficiente
entidad como para habernos destrozado la vida haciéndonos caer tan bajo que ya
no haya nada más allá, ¿qué nos toca? Yo he pensado que sólo una cosa: comenzar
a andar. Sí, si estamos en el escalón más bajo sólo nos queda comenzar a subir
al siguiente. ¡Cuesta! Se siente la tentación de permanecer caído, de esperar a
que alguien nos venga a levantar. Es necesario sacar fuerza y echar a andar. No
tenemos ya nada que perder, pues lo hemos perdido todo. Vale la pena
arriesgarse y luchar por salir adelante. Aquí es importante que, además de la
propia voluntad, contemos con la ayuda de los demás. Siempre se hace más
llevadero el camino si alguien te acompaña o, simplemente, te alienta.
Por último, subrayaría que a la hora de afrontar un
problema es importante buscar la armonía con uno mismo. Recuerdo de nuevo a
Oscar Wilde cuando afirma que “la
discordia es verse forzado a estar en armonía con los demás. La propia vida,
eso es lo importante.” Puede parecer egoísta o, incluso, poco cristiano.
Sin embargo, es el primer precepto cristiano el que dice que “amarás a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a ti mismo”. Si no te
amas a ti mismo ¿puedes amar de verdad al prójimo? Es ésta una pregunta en la que nunca me había detenido hasta que
tuve un serio problema. Siempre me había quedado en lo de amar a Dios y al
prójimo. Pues bien, también el amor a uno mismo parece que es condición
indispensable para un amor sano y saludable por el prójimo. Y el saber que uno tiene
su conciencia limpia, o que si ha cometido un error puede reconocerlo, pedir
perdón y tratar de subsanar el daño, deben ayudarnos a estar en armonía con
nosotros mismos.
No sé si estas vivencias pueden ayudar o no. Quizás a
alguno le parezca espiritualista esta visión. Nuevamente recurro al libro
citado de Wilde para recordar, con sus mismas palabras, que “espiritualizar la época en que se vive es
una tarea digna… Si …es capaz de dar un alma a aquellos que han vivido sin
ella, si puede crear un sentido de belleza en aquellos cuyas vidas han sido
sórdidas y feas, si puede sacarles de su egoísmo y hacerles llorar por penas
que no son suyas”.
"No te rindas, que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, abrir las esclusas, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo".
ResponderEliminar"No te rindas, por favor, no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se acalle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tu seno".
"Recuperar la risa, ensayar un canto, bajar la guardia y extender las manos, desplegar las alas e intentar de nuevo, celebrar la vida, remontar los cielos".
¿Rendirse? ¡Nunca!
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