Al llegar a prisión me recibe el capellán.
A quien primero me encontraré de mis antiguos compañeros de prisión preventiva será
al licenciado, destinado ahora en el
módulo de Ingresos. Su sorpresa al verme
es enorme y lo primero que me dirá será: “¿Por
qué no huiste? En Costa Rica tenías mi casa”. Sí, me había ofrecido su casa
de allá pensando que no me hicieran justicia. Hoy puedo decir que no fue la
única “oferta” que había recibido.
Para mí no tenía sentido aceptar ninguna pues creía, ¡qué ingenuo!, que la
verdad vería la luz.
En
Ingresos el mismo protocolo que la vez anterior: fotografía, toma de huellas,
revisión de equipaje. Ya me conocen. Un funcionario me desea suerte. El licenciado pasa un rato conmigo mientras
no llega el capellán para acompañarme a Enfermería. El siguiente sorprendido
será el griego. De camino a la misma
celda que ya había ocupado en mi anterior estancia me encuentro con el hijo del Cabo, quien me da un abrazo y
dos besos. El que había sido mi interno
de apoyo, sin embargo, me recibe con una frialdad que me asusta. Pronto me
entero de que habló con el capellán y con el que ahora es nuevo Cabo de Enfermería porque no quiere
compartir celda. ¡Qué palo!
Una
pequeña “tertulia” con el capellán y algunos
internos en la capilla. Quienes me conocen no se alegran de verme y me saludan
con afecto y desean suerte. A las 18:30 me entrevisto con la doctora. Me
dispensará un dormicum para que la noche no sea demasiado larga.
No
he podido telefonear. Mi hermana y las niñas estaban con fiebre. Sólo he podido
despedirme de ella por teléfono antes de mi ingreso. Con las niñas no me he
atrevido a hablar. He solicitado a través de instancia poder hacerlo mañana. No
he comido ni cenado. He roto a llorar y me preocupa la reacción del interno de apoyo y del nuevo Cabo. Este último, en cuanto me vio, me
espetó: “¿Qué coño haces aquí?”. Eso
mismo me pregunto yo. Creo que el primero ve peligrar su intimidad y el segundo
su destino. Era el entrenador y
ahora, además de Cabo de Enfermería,
está destinado como auxiliar del
capellán. Tengo la impresión de que mi nueva estancia en prisión nada
tendrá que ver con la anterior como preso preventivo.
Ha
comenzado de nuevo mi vida carcelaria. Uno de los internos es de una de las
parroquias donde he ejercido mi ministerio y me saluda muy amigablemente. La
mayoría son nuevos, no los conozco. Como me ha recomendado el capellán, tendré
que aprender a ganármelos.
El
aspecto externo de los patios de acceso a los módulos ha cambiado. Las paredes
están decoradas. Ya no sólo se puede ver el mural del Puente de Rande sino también
otro del Parador de Baiona, de la Casa Consistorial de Pontevedra, de la
iglesia de La Peregrina y el famoso Cruceiro de Io. En el economato siguen
pegadas a la pared dos estampas que le había dado al griego: de San José y de la Santísima Virgen.
En
la celda, sobre distintas mesillas, hay también estampas de la Virgen y de
santos –alguna de las que yo mismo le había dado a mi interno de apoyo-. Las
taquillas están ocupadas así que dejo mi ropa en mis bolsas de viaje y en la de
basura que me entregaron en Ingresos al no dejarme pasar una de las maletas –por
razones de seguridad-. Me retuvieron también siete cds con archivos sobre mi
causa. Son las 20:45 cuando me dejo caer sobre la cama. Un terrible día en mi
vida. Siento tambalearse mi fe y una vez más he de repetir con cierta
desesperación “Domine, ut videam!”.
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