lunes, 25 de marzo de 2013

Diario (42) 20 de marzo de 2003



                 Al llegar a prisión me recibe el capellán. A quien primero me encontraré de mis antiguos compañeros de prisión preventiva será al licenciado, destinado ahora en el módulo de Ingresos.  Su sorpresa al verme es enorme y lo primero que me dirá será: “¿Por qué no huiste? En Costa Rica tenías mi casa”. Sí, me había ofrecido su casa de allá pensando que no me hicieran justicia. Hoy puedo decir que no fue la única “oferta” que había recibido. Para mí no tenía sentido aceptar ninguna pues creía, ¡qué ingenuo!, que la verdad vería la luz.

                En Ingresos el mismo protocolo que la vez anterior: fotografía, toma de huellas, revisión de equipaje. Ya me conocen. Un funcionario me desea suerte. El licenciado pasa un rato conmigo mientras no llega el capellán para acompañarme a Enfermería. El siguiente sorprendido será el griego. De camino a la misma celda que ya había ocupado en mi anterior estancia me encuentro con el hijo del Cabo, quien me da un abrazo y dos besos. El que había sido mi interno de apoyo, sin embargo, me recibe con una frialdad que me asusta. Pronto me entero de que habló con el capellán y con el que ahora es nuevo Cabo de Enfermería porque no quiere compartir celda. ¡Qué palo!
                Una pequeña “tertulia” con el capellán y algunos internos en la capilla. Quienes me conocen no se alegran de verme y me saludan con afecto y desean suerte. A las 18:30 me entrevisto con la doctora. Me dispensará un dormicum para que la noche no sea demasiado larga.
                No he podido telefonear. Mi hermana y las niñas estaban con fiebre. Sólo he podido despedirme de ella por teléfono antes de mi ingreso. Con las niñas no me he atrevido a hablar. He solicitado a través de instancia poder hacerlo mañana. No he comido ni cenado. He roto a llorar y me preocupa la reacción del interno de apoyo y del nuevo Cabo. Este último, en cuanto me vio, me espetó: “¿Qué coño haces aquí?”. Eso mismo me pregunto yo. Creo que el primero ve peligrar su intimidad y el segundo su destino. Era el entrenador y ahora, además de Cabo de Enfermería, está destinado como auxiliar del capellán. Tengo la impresión de que mi nueva estancia en prisión nada tendrá que ver con la anterior como preso preventivo.
                Ha comenzado de nuevo mi vida carcelaria. Uno de los internos es de una de las parroquias donde he ejercido mi ministerio y me saluda muy amigablemente. La mayoría son nuevos, no los conozco. Como me ha recomendado el capellán, tendré que aprender a ganármelos.
                El aspecto externo de los patios de acceso a los módulos ha cambiado. Las paredes están decoradas. Ya no sólo se puede ver el mural del Puente de Rande sino también otro del Parador de Baiona, de la Casa Consistorial de Pontevedra, de la iglesia de La Peregrina y el famoso Cruceiro de Io. En el economato siguen pegadas a la pared dos estampas que le había dado al griego: de San José y de la Santísima Virgen.
                En la celda, sobre distintas mesillas, hay también estampas de la Virgen y de santos –alguna de las que yo mismo le había dado a mi interno de apoyo-. Las taquillas están ocupadas así que dejo mi ropa en mis bolsas de viaje y en la de basura que me entregaron en Ingresos al no dejarme pasar una de las maletas –por razones de seguridad-. Me retuvieron también siete cds con archivos sobre mi causa. Son las 20:45 cuando me dejo caer sobre la cama. Un terrible día en mi vida. Siento tambalearse mi fe y una vez más he de repetir con cierta desesperación “Domine, ut videam!”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario