miércoles, 27 de marzo de 2013

Diario (46) 24 de marzo de 2003


               Víspera de la fiesta de la Anunciación, fiesta, en la que fue mi parroquia, de la Virgen de la Cela. ¡Cuántos recuerdos! Ayer hizo dos años que se presentó la denuncia contra mí. Domine, ut videam!
                Esta noche he dormido fatal. Me tomé por la mañana unos antigripales –Rimagrip complex- que me trajo el hijo del Cabo. También me ha conseguido una manta. Menos mal, porque la celda de noche parece una nevera.
                A las 10:45 ya he desayunado, tomado la medicación, rezado parte del breviario y realizado limpieza en la celda sin que mi interno de apoyo opusiera resistencia. Un verdadero milagro esto último.
                Un funcionario que habitualmente hace sus guardias en Vigo y que sube algún día a la semana ha venido a visitarme. Muy atento conmigo se me ha ofrecido para lo que pueda necesitar. Me ha comentado que en la prensa sale publicada la noticia de la manifestación de ayer en mi apoyo. Intentaré conseguir un periódico. Hay funcionarios que son excelentes como personas.
                Hoy sudo a mares. Creo que tengo fiebre. Sigo con la sensación de mareo. Espero no ponerme más enfermo aquí. Era lo que me faltaba. Por mi pensamiento no dejan de pasar mis padres, mi hermana y mi cuñado, mis sobrinas, mis amigos… Lo cierto es que me alegra saber que tengo a tantas personas que me quieren y apoyan. Creo que puedo saber ahora, de verdad, quienes son amigos y quiénes no. Al menos algo bueno tenía que salir de todo esto.
                Sigo con mi ayuno voluntario. Lo ofrezco al Señor por los internos, por mi familia, por la paz en el mundo, por la iglesia, por los sacerdotes y las vocaciones consagradas…, también por mi propio caso. Cinco días ya en prisión y sobrevivo. “¡Gracias, Señor! En la soledad de mi celda siento que estás conmigo. Yo solo no podría con todo esto. Sigue llevándome de la mano”.
                A las 11:30 se entrevista conmigo la médico directora de la enfermería. Me dice que tratará de reubicarme a una celda en la que pueda estar solo. Me pide que colabore durante unos meses para ver cómo va todo. Si no fuera bien, aunque no es su intención, me advierte, me trasladarían a otro módulo.
                A las 14:20 estoy ya en mi nueva celda, la 35. Ya la he limpiado y he instalado mis cosas. El que hasta ahora fue mi interno de apoyo me ha dejado una taquilla, así que tengo dos. El hijo del Cabo me ha traído un televisor y me lo ha conectado. El Cabo –que ya no es el padre de ese chico sino el entrenador y auxiliar del capellán- me ha preguntado que a qué espero para empezar a comer. Su tono suena a recriminación y me advierte que médicos y funcionarios están pendientes. Quizás mañana rompa el ayuno. No quiero malentendidos. Le digo que cuente conmigo para lo que haga falta: limpieza o lo que sea necesario.
                Por primera vez me veo solo en una celda. ¡Dios me asista!
                Recibo la visita de mi abogado en locutorios. Viene a ponerme al día. Mis padres quieren que mi caso lo lleve un penalista de Madrid. El abogado de Vigo quedaría, así, en un segundo plano, como codefensor. Mi padre, mi compañero de curso y la compañera de instituto que sigue de cerca mi causa se han trasladado a la capital para entrevistarse personalmente con él y hablar de honorarios.
                A las 19:00 el funcionario me entrega dos cartas y me advierte que debo dormir en la celda de mi interno de apoyo. Me explica que la psicóloga me tiene clasificado con protocolo de suicidio y debo estar acompañado. Guardo silencio y obedezco aunque en mi interior hay un estallido de rabia. No hay quien entienda nada aquí. No se aclaran.

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