Víspera de la fiesta de la
Anunciación, fiesta, en la que fue mi parroquia, de la Virgen de la Cela.
¡Cuántos recuerdos! Ayer hizo dos años que se presentó la denuncia contra mí. Domine, ut videam!
Esta
noche he dormido fatal. Me tomé por la mañana unos antigripales –Rimagrip complex-
que me trajo el hijo del Cabo.
También me ha conseguido una manta. Menos mal, porque la celda de noche parece
una nevera.
A
las 10:45 ya he desayunado, tomado la medicación, rezado parte del breviario y
realizado limpieza en la celda sin que mi interno de apoyo opusiera
resistencia. Un verdadero milagro esto último.
Un
funcionario que habitualmente hace sus guardias en Vigo y que sube algún día a
la semana ha venido a visitarme. Muy atento conmigo se me ha ofrecido para lo
que pueda necesitar. Me ha comentado que en la prensa sale publicada la noticia
de la manifestación de ayer en mi apoyo. Intentaré conseguir un periódico. Hay
funcionarios que son excelentes como personas.
Hoy
sudo a mares. Creo que tengo fiebre. Sigo con la sensación de mareo. Espero no
ponerme más enfermo aquí. Era lo que me faltaba. Por mi pensamiento no dejan de
pasar mis padres, mi hermana y mi cuñado, mis sobrinas, mis amigos… Lo cierto
es que me alegra saber que tengo a tantas personas que me quieren y apoyan.
Creo que puedo saber ahora, de verdad, quienes son amigos y quiénes
no. Al menos algo bueno tenía que salir de todo esto.
Sigo
con mi ayuno voluntario. Lo ofrezco al Señor por los internos, por mi familia,
por la paz en el mundo, por la iglesia, por los sacerdotes y las vocaciones
consagradas…, también por mi propio caso. Cinco días ya en prisión y sobrevivo.
“¡Gracias, Señor! En la soledad de mi
celda siento que estás conmigo. Yo solo no podría con todo esto. Sigue
llevándome de la mano”.
A
las 11:30 se entrevista conmigo la médico directora de la enfermería. Me dice
que tratará de reubicarme a una celda en la que pueda estar solo. Me pide que
colabore durante unos meses para ver cómo va todo. Si no fuera bien, aunque no
es su intención, me advierte, me trasladarían a otro módulo.
A
las 14:20 estoy ya en mi nueva celda, la 35. Ya la he limpiado y he instalado
mis cosas. El que hasta ahora fue mi interno de apoyo me ha dejado una taquilla,
así que tengo dos. El hijo del Cabo me
ha traído un televisor y me lo ha conectado. El Cabo –que ya no es el padre de ese chico sino el entrenador y
auxiliar del capellán- me ha preguntado que a qué espero para empezar a comer.
Su tono suena a recriminación y me advierte que médicos y funcionarios están
pendientes. Quizás mañana rompa el ayuno. No quiero malentendidos. Le digo que
cuente conmigo para lo que haga falta: limpieza o lo que sea necesario.
Por
primera vez me veo solo en una celda. ¡Dios me asista!
Recibo
la visita de mi abogado en locutorios. Viene a ponerme al día. Mis padres
quieren que mi caso lo lleve un penalista de Madrid. El abogado de Vigo
quedaría, así, en un segundo plano, como codefensor. Mi padre, mi compañero de
curso y la compañera de instituto que sigue de cerca mi causa se han trasladado
a la capital para entrevistarse personalmente con él y hablar de honorarios.
A
las 19:00 el funcionario me entrega dos cartas y me advierte que debo dormir en
la celda de mi interno de apoyo. Me explica que la psicóloga me tiene
clasificado con protocolo de suicidio y debo estar acompañado. Guardo silencio
y obedezco aunque en mi interior hay un estallido de rabia. No hay quien
entienda nada aquí. No se aclaran.
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