viernes, 12 de octubre de 2012

Cervantes, El Quijote y... nosotros

Hay quienes piensan que de una cárcel no puede jamás salir nada bueno. Quizás no les falten muchas razones objetivas, pero no siempre es cierto. Con motivo del cuarto centenario de El Quijote escribí el siguiente artículo como invitación a no dejarse arrastrar por el pesimismo aunque las circunstancias sean contradictorias y difíciles.



            Celebramos el cuarto centenario del nacimiento de una obra magna de la literatura española y universal. Mucho se ha hablado y escrito a lo largo de estos últimos siglos por reconocidas autoridades en la materia. Desde la perspectiva de un simple lector sólo pretendo aquí consignar unas notas en relación con “El Quijote” y su autor para quienes cumplimos prisión.
De una obra que se ha ganado haberse convertido en un verdadero símbolo más allá de nuestras fronteras las especulaciones apuntan a que tuvo su origen en una cárcel, la de Castro del Río, en 1592. Cervantes mismo ha escrito que “se engendró en una cárcel donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”.
Hay momentos en los que se descubre una compenetración de literatura y vida. Así sucede con Cervantes a quien se siente palpable en diversas partes de sus libros. Quien padeció cautiverio en Argel, desde el 26 de septiembre de 1575 al 27 de octubre de 1580, fue condenado a galeras y ha pagado cárcel en tres ocasiones, tenía que dejar impresa en sus obras algo de su experiencia. Después de sufridos dos años de cautiverio escribe Cervantes este poema en su Epístola a Mateo Vázquez:
               
“Yo, que el camino más bajo y grosero
he caminado en fría noche oscura,
he dado en manos del atolladero,
                                                          
y en la esquiva prisión, amarga y dura,
adonde agora quedo, estoy llorando
mi corta, infelicísima ventura,

con quejas cielo y tierra importunando,
con suspiros el aire oscureciendo,
con lágrimas el mar acrecentando.

Vida es ésta, señor, do estoy muriendo,
entre bárbara gente descreída,
la mal lograda juventud perdiendo”.
               
En el mismo Quijote, en la historia del cautivo, capítulos 39-41 de la primera parte, nos transmite el terrible ambiente que tuvo que sufrir: “Cada día ahorcaba al suyo, empalaba a éste, desorejaba a aquél; y esto por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo, y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano.”  Ambiente sólo comparable a lo que siglos después conocimos como campos de concentración. Sin duda debió de ser ésta su experiencia más dura. Lo de menos allí era morir. Se salvó, probablemente por ser manco, de tener que bogar en las galeras turcas, de donde era casi imposible salir con vida, lo que no significó que pudiera gozar de privilegios o que no soportara las condiciones de los demás: “Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella..., y así pasaba la vida en aquel  baño con otros muchos caballeros, gente principal, señalados y tenidos por de rescate; y aunque el hambre y desnudez pudieran fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos”
En diversas ocasiones trató de huir aunque no lo consiguió. No se rindió donde los mejores pueden caer y se mantuvo en pie sin entregarse a la carcoma de la desilusión:  “Jamás me desamparó la esperanza de tener libertad, y cuando en lo que fabricaba, pensaba y ponía por obra no correspondía el suceso a la intención, luego, sin abandonarme, fingía y buscaba otra esperanza que me sustentase, aunque fuese débil y flaca”. La muerte ya la tenía, la vida era preciso ganársela todos los días.
                A pesar del maltrato, la tortura o la muerte que sufrían allí los cautivos Cervantes tuvo la enorme suerte de no sufrir escarmiento por sus intentos de fuga: “Sólo libró bien con él un soldado español tal de Saavedra, al cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra, y por la menor cosa de muchas que hizo temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez...”
La vida de Cervantes no ha sido color de rosa. Después de sufrir cautiverio, ya en España, conoció la cárcel de Castro del Río, la de Sevilla y la de Valladolid. Tres ocasiones más que aguijonearon su cuerpo y su alma y nos dejan comprender que no son literatura aprendida aquellas palabras que pone en boca del Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no se pueden igualar los tesoros que encierra la tierra ni el mar cubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y por el contrario, el cautiverio es el peor mal que puede sobrevenir a los hombres” 
                Un genio de la literatura española y universal, ¡sin duda!, pero un genio también de lo que significa nadar contra corriente, luchar, no dejarse vencer por las pruebas de la vida por ásperas, crueles, despiadadas o inhumanas que éstas sean. ¿Qué hacer mientras estamos en prisión, cruzarnos de brazos y morirnos de pena? Dice así Sancho a la cabecera del lecho en el que agoniza don Quijote: “No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía” 

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