Hay quienes piensan que de una cárcel no puede jamás salir nada bueno. Quizás no les falten muchas razones objetivas, pero no siempre es cierto. Con motivo del cuarto centenario de El Quijote escribí el siguiente artículo como invitación a no dejarse arrastrar por el pesimismo aunque las circunstancias sean contradictorias y difíciles.
Celebramos el cuarto centenario del
nacimiento de una obra magna de la literatura española y universal. Mucho se ha
hablado y escrito a lo largo de estos últimos siglos por reconocidas
autoridades en la materia. Desde la perspectiva de un simple lector sólo
pretendo aquí consignar unas notas en relación con “El Quijote” y su
autor para quienes cumplimos prisión.
De una obra
que se ha ganado haberse convertido en un verdadero símbolo más allá de
nuestras fronteras las especulaciones apuntan a que tuvo su origen en una
cárcel, la de Castro del Río, en 1592. Cervantes mismo ha escrito que “se
engendró en una cárcel donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo
triste ruido hace su habitación”.
Hay momentos en los que se descubre
una compenetración de literatura y vida. Así sucede con Cervantes a quien se
siente palpable en diversas partes de sus libros. Quien padeció cautiverio en
Argel, desde el 26 de septiembre de 1575 al 27 de octubre de 1580, fue
condenado a galeras y ha pagado cárcel en tres ocasiones, tenía que dejar
impresa en sus obras algo de su experiencia. Después de sufridos dos años de
cautiverio escribe Cervantes este poema en su Epístola a Mateo Vázquez:
“Yo, que el
camino más bajo y grosero
he caminado en
fría noche oscura,
he dado en
manos del atolladero,
y en la
esquiva prisión, amarga y dura,
adonde agora
quedo, estoy llorando
mi corta,
infelicísima ventura,
con quejas
cielo y tierra importunando,
con suspiros
el aire oscureciendo,
con lágrimas
el mar acrecentando.
Vida es ésta,
señor, do estoy muriendo,
entre bárbara
gente descreída,
la mal lograda
juventud perdiendo”.
En el mismo
Quijote, en la historia del cautivo, capítulos 39-41 de la primera parte, nos
transmite el terrible ambiente que tuvo que sufrir: “Cada día ahorcaba al
suyo, empalaba a éste, desorejaba a aquél; y esto por tan poca ocasión, y tan
sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo, y por ser
natural condición suya ser homicida de todo el género humano.” Ambiente sólo comparable a lo que siglos
después conocimos como campos de concentración. Sin duda debió de ser ésta su
experiencia más dura. Lo de menos allí era morir. Se salvó, probablemente por
ser manco, de tener que bogar en las galeras turcas, de donde era casi
imposible salir con vida, lo que no significó que pudiera gozar de privilegios
o que no soportara las condiciones de los demás: “Pusiéronme una cadena,
más por señal de rescate que por guardarme con ella..., y así pasaba la vida en
aquel baño con otros muchos caballeros,
gente principal, señalados y tenidos por de rescate; y aunque el hambre y
desnudez pudieran fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos
fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas crueldades
que mi amo usaba con los cristianos”
En diversas
ocasiones trató de huir aunque no lo consiguió. No se rindió donde los mejores
pueden caer y se mantuvo en pie sin entregarse a la carcoma de la
desilusión: “Jamás me desamparó la
esperanza de tener libertad, y cuando en lo que fabricaba, pensaba y ponía por
obra no correspondía el suceso a la intención, luego, sin abandonarme, fingía y
buscaba otra esperanza que me sustentase, aunque fuese débil y flaca”.
La muerte ya la tenía, la vida era preciso ganársela todos los días.
A
pesar del maltrato, la tortura o la muerte que sufrían allí los cautivos
Cervantes tuvo la enorme suerte de no sufrir escarmiento por sus intentos de
fuga: “Sólo libró bien con él un soldado español tal de Saavedra, al
cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por
muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó
dar, ni le dijo mala palabra, y por la menor cosa de muchas que hizo temíamos
todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez...”
La vida de
Cervantes no ha sido color de rosa. Después de sufrir cautiverio, ya en España,
conoció la cárcel de Castro del Río, la de Sevilla y la de Valladolid. Tres
ocasiones más que aguijonearon su cuerpo y su alma y nos dejan comprender que
no son literatura aprendida aquellas palabras que pone en boca del Quijote: “La
libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos: con ella no se pueden igualar los tesoros que encierra la tierra ni
el mar cubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar
la vida; y por el contrario, el cautiverio es el peor mal que puede sobrevenir
a los hombres”
Un
genio de la literatura española y universal, ¡sin duda!, pero un genio también
de lo que significa nadar contra corriente, luchar, no dejarse vencer por las
pruebas de la vida por ásperas, crueles, despiadadas o inhumanas que éstas
sean. ¿Qué hacer mientras estamos en prisión, cruzarnos de brazos y morirnos de
pena? Dice así Sancho a la cabecera del lecho en el que agoniza don Quijote:
“No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos
años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse
morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las
de la melancolía”
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