jueves, 25 de octubre de 2012

Diario (11) "Prosperidad y riqueza"


Es día cuatro de octubre. La noticia que publica un diario comarcal me deja perplejo. Unas declaraciones, por parte de un portavoz del Obispado, siembran un enorme desconcierto en mí.  Familia y amigos, miembros de mis parroquias, compañeros profesores y algunos hermanos presbíteros, por lo que tuve ocasión de saber más tarde, se indignaron al leerlas. “El obispado no tomará ninguna decisión acerca de su posible regreso a la Iglesia hasta que la jueza que instruye el caso haga públicos los datos de los que dispone” y, remata, “acerca de la posible culpabilidad o inocencia del párroco, no han querido manifestar su opinión”.
¡Vaya! He ingresado al seminario con 13 años. Llevo desarrollando el ministerio sacerdotal desde el 29 de junio de 1991 en esta diócesis. Creía que me conocían sobradamente. Sin embargo, no han querido pronunciarse acerca de mi encarcelamiento ni manifestar su opinión sobre mi posible culpabilidad o inocencia.
No tengo palabras para describir lo que siento. De lo que sí estoy seguro, es de que no puede hablarse de “corporativismo”. Ha sido durante la Instrucción cuando alguien habló de no llamar a declarar como testigos a sacerdotes porque, entendían, podrían no ser del todo sinceros por un sentimiento corporativista.  Desde luego, las declaraciones en prensa de hoy, no podrán ser tildadas como de "confianza" y, menos aún, de "apoyo" o "solidaridad".  No son precisamente una invitación a la tranquilidad y al sosiego, ni creo que sea lo que cabría esperarse, pero es lo que hay.
La prisión se convierte para mí en un lugar dónde, en palabras de san Agustín, poder "orar prolongadamente", que como él mismo nos dirá "es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha. Porque, con frecuencia, la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos que con palabras y expresiones verbales. El Señor recoge nuestras lágrimas en su odre y a Él no se le ocultan nuestros gemidos, pues todo lo creó por medio de aquel que es su Palabra, y no necesita las palabras humanas" (San Agustín, obispo, a Proba; Carta 130).
Prueba de que “no se le ocultan nuestros gemidos”  es uno de esos muchos "consuelos" que el Señor tiene reservados para los suyos y que me llegará de mano de quienes han sido mis feligreses y de un modo que no me esperaba.
Es ocho de octubre. Las noticias hoy, publicadas en tres periódicos distintos, darán cumplida cuenta de la manifestación que ha tenido lugar el domingo día siete, en el Pabellón municipal de deportes de un pueblo cercano a donde se encuentra la cárcel, para defender mi inocencia. Uno de los que fueron monaguillos durante mi estancia en ese pueblo, donde fui párroco, lee un comunicado en mi defensa, destacando "su conducta intachable, su comportamiento ejemplar y su labor encomiable año tras año". También un sacerdote, que presta labores de auxiliar con el capellán de prisión, manifestará: "Estamos convencidos de que todo es un montaje malicioso y esperamos que la justicia demuestre que es inocente".
Aquel domingo diluviaba. Sin embargo, no impidió que, entre mil y mil quinientas personas, fieles llegados desde las parroquias donde se produjo la denuncia y algunos amigos que se unían a los de las parroquias donde antes había ejercido, después de haber recorrido en autobús o en coches particulares una carretera de por sí aventurada, ¡cuánto más con lo que caía aquel día!,  se concentraran para solicitar, de palabra y a través de pancartas, mi puesta en libertad al considerarme inocente y "víctima de una venganza por algo que en su día seguramente se aclarará". ¡Sí! Personas de todas las edades, incluso niños -como subraya una de las crónicas periodísticas-.
Recuerdo aquel pasaje en que Jacob se dirige a Labán: "Tú sabes cómo te he servido, y cómo le fue a tu ganado conmigo: bien poca cosa tenías antes de venir yo, pero ya se ha multiplicado muchísimo, y Yahveh te ha bendecido a mi llegada" (Gn. 30, 29-30). En este pasaje, del que ahora he extraído solamente dos versículos, se muestra cómo Dios bendice a Jacob dándole prosperidad y riqueza. ¿Es poca la "prosperidad y riqueza" que ahora me regalan valientemente quienes han sido mis fieles? ¡GRACIAS!

2 comentarios:

  1. Es de admirar cómo en una situación de tanto dolor se acentúa la presencia del Señor.

    ResponderEliminar
  2. Al menos ésa ha sido mi experiencia y supone, además de un consuelo, una enorme fuerza gozar de esa presencia especial

    ResponderEliminar