Es día cuatro de octubre. La noticia
que publica un diario comarcal me deja perplejo. Unas declaraciones, por parte
de un portavoz del Obispado, siembran un enorme desconcierto en mí. Familia y amigos, miembros de mis parroquias,
compañeros profesores y algunos hermanos presbíteros, por lo que tuve ocasión
de saber más tarde, se indignaron al leerlas. “El obispado no tomará ninguna decisión acerca de su posible regreso a
la Iglesia hasta que la jueza que instruye el caso haga públicos los datos de
los que dispone” y, remata, “acerca
de la posible culpabilidad o inocencia del párroco, no han querido manifestar
su opinión”.
¡Vaya! He ingresado al seminario con
13 años. Llevo desarrollando el ministerio sacerdotal desde el 29 de junio de
1991 en esta diócesis. Creía que me conocían sobradamente. Sin embargo, no han
querido pronunciarse acerca de mi encarcelamiento ni manifestar su opinión sobre
mi posible culpabilidad o inocencia.
No tengo palabras para describir lo
que siento. De lo que sí estoy seguro, es de que no puede hablarse de “corporativismo”. Ha sido durante la
Instrucción cuando alguien habló de no llamar a declarar como testigos a
sacerdotes porque, entendían, podrían no ser del todo sinceros por un
sentimiento corporativista. Desde luego,
las declaraciones en prensa de hoy, no podrán ser tildadas como de "confianza"
y, menos aún, de "apoyo"
o "solidaridad". No
son precisamente una invitación a la tranquilidad y al sosiego, ni creo que sea
lo que cabría esperarse, pero es lo que hay.
La prisión se convierte para mí en un
lugar dónde, en palabras de san Agustín, poder "orar
prolongadamente", que como él mismo nos dirá "es llamar con
corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha.
Porque, con frecuencia, la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y
llantos que con palabras y expresiones verbales. El Señor recoge nuestras
lágrimas en su odre y a Él no se le ocultan nuestros gemidos, pues todo lo creó
por medio de aquel que es su Palabra, y no necesita las palabras humanas" (San
Agustín, obispo, a Proba; Carta 130).
Prueba de que “no se le ocultan
nuestros gemidos” es uno de esos
muchos "consuelos" que el Señor tiene reservados para los
suyos y que me llegará de mano de quienes han sido mis feligreses y de un modo
que no me esperaba.
Es ocho de octubre. Las noticias hoy,
publicadas en tres periódicos distintos, darán cumplida cuenta de la
manifestación que ha tenido lugar el domingo día siete, en el Pabellón
municipal de deportes de un pueblo cercano a donde se encuentra la cárcel, para
defender mi inocencia. Uno de los que fueron monaguillos durante mi estancia en
ese pueblo, donde fui párroco, lee un comunicado en mi defensa, destacando "su
conducta intachable, su comportamiento ejemplar y su labor encomiable año tras
año". También un sacerdote, que presta labores de auxiliar con el capellán
de prisión, manifestará: "Estamos convencidos de que todo es un montaje
malicioso y esperamos que la justicia demuestre que es inocente".
Aquel domingo diluviaba. Sin embargo,
no impidió que, entre mil y mil quinientas personas, fieles llegados desde las
parroquias donde se produjo la denuncia y algunos amigos que se unían a los de
las parroquias donde antes había ejercido, después de haber recorrido en
autobús o en coches particulares una carretera de por sí aventurada, ¡cuánto
más con lo que caía aquel día!, se
concentraran para solicitar, de palabra y a través de pancartas, mi puesta en
libertad al considerarme inocente y "víctima de una venganza por algo
que en su día seguramente se aclarará". ¡Sí! Personas de todas las
edades, incluso niños -como subraya una de las crónicas periodísticas-.
Recuerdo aquel pasaje en que Jacob se
dirige a Labán: "Tú sabes cómo te he servido, y cómo le fue a tu ganado
conmigo: bien poca cosa tenías antes de venir yo, pero ya se ha multiplicado
muchísimo, y Yahveh te ha bendecido a mi llegada" (Gn. 30, 29-30). En
este pasaje, del que ahora he extraído solamente dos versículos, se muestra
cómo Dios bendice a Jacob dándole prosperidad y riqueza. ¿Es poca la "prosperidad
y riqueza" que ahora me regalan valientemente quienes han sido mis
fieles? ¡GRACIAS!
Es de admirar cómo en una situación de tanto dolor se acentúa la presencia del Señor.
ResponderEliminarAl menos ésa ha sido mi experiencia y supone, además de un consuelo, una enorme fuerza gozar de esa presencia especial
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