Sin pretensiones ideales,
sin querer negar la realidad, sin dejar de ser lo que cada uno somos, nuestra
vida puede tener un sentido radicalmente distinto según cómo la afrontemos.
Para quienes nos hallamos
confinados en una prisión se suele utilizar a menudo una expresión que encierra
en sí significado, se dice que estamos “a la sombra”. No sé de dónde
procede ni si lo que pretende es darle un sentido último a la vida de quienes
sufrimos la privación de libertad. Lo cierto es que sí parece que con ella se
refleja una visión negativa, pesimista, de la vida en una cárcel. ¿No puede
marcarnos en exceso y no ser el eco exacto de lo que en verdad vivimos o
podemos vivir? Tengo el convencimiento de que también entre los muros y rejas
de una prisión es posible encontrar “un lado soleado a la vida”.
Hay situaciones en las que
nos vemos obligados a caminar por la sombra. Pero el dolor no debe hacernos
olvidar que en ese momento tenemos a algunas o a muchas personas que nos
quieren y que, seguramente, en el dolor, nos quieren todavía más o, al menos,
nos lo demuestran más.
Dante coloca en lo más hondo
de su infierno a los que viven voluntariamente tristes. No niego que en una
cárcel haya razones objetivas para la tristeza pero ¿no hay ninguna para la
alegría? Solemos decirnos unos a otros que “de aquí se sale”, ¿nos lo
creemos?
Los salmones nadan en aguas
frías y río arriba. ¿No podemos ser nosotros más fuertes y tenaces que un salmón? En algún lugar he leído que “los
hombres suelen valer en proporción inversa a las facilidades que han tenido en
sus vidas”. Reconociendo que no sean precisamente facilidades las que se
nos ofrecen nadie podrá negar que algunos de los impedimentos que muchas veces
encontramos son los que nosotros mismos nos creamos. Ante una misma realidad,
ante el “mundo” de la cárcel, como ante cualquier otro “mundo”, podemos
adoptar distintas posturas.
“El hombre
razonable se adapta al mundo; el irrazonable persiste en tratar de adaptar el
mundo a sí mismo. Por tanto, el progreso depende del hombre irrazonable”.
No creo que el hombre esté
menos vivo cuando sufre. Hay incluso quien afirma que el dolor es una parte tan
alta y tan digna de la vida como las mejores euforias. No se trata de restar
dimensión al sufrimiento, “lo que nos hace sufrir nunca es una tontería,
puesto que nos hace sufrir”, pero sí de transformar sus efectos en
nosotros.
Casi todas las cosas
importantes de este mundo hay que hacerlas dejando “sangre” en el
camino. La vida no deja de ser hermosa porque sea difícil. En prisión tenemos
la ocasión de poder encontrarnos con nosotros mismos. Será difícil que podamos
hallar en la vida un tiempo tan inmenso de soledad. Podremos dejarnos devorar
por ella, pero también aprovecharla para repasar nuestra vida, nuestras
actitudes, para deliberar sobre lo que hemos de arrancar de ella y lo que
debemos potenciar. La cárcel nos ofrece la ocasión de acercarnos con realismo
radical, con crudeza, a nosotros mismos. Hemos de estar atentos a no dejarnos
arrastrar por el pesimismo.
Cierto
es que vivimos excluidos de la sociedad, lejos de nuestra familia y amigos,
fuera del entorno en el que hemos crecido y vivido, pero no menos cierto,
también, que esta experiencia nos enseña quién es de verdad familia, quién
amigo, qué hay de bueno y qué de malo en medio de nuestros ambientes.
Probablemente nadie como nosotros pueda saber mejor por quién es querido y por
quién rechazado.
La distancia, aunque
amarga, nos ofrece perspectiva. Incluso
puede hacer más objetiva nuestra indagación e inspirarnos unas apreciaciones
más seguras. Se descubre cómo muchas de las ofertas que la sociedad nos hace
son, simplemente, innecesarias, cuando no falsas. Se refuerza la idea de que la
felicidad puede alcanzarse por caminos bien distintos al del materialismo.
¿Quién no valora de un modo nuevo un simple paseo, el poder reunirse con un
amigo, el disfrutar de la tranquilidad del hogar?
La pluralidad de
personas con las que me encuentro, sus actitudes ante la situación que les toca
vivir, su propia trayectoria personal, lo que les ha traído hasta aquí, su
diversidad respecto a mí y lo común conmigo, me pueden enseñar, aleccionar,
invitarme a cuestionar la propia historia. En ocasiones servirá para que nos
reafirmemos en cómo no debemos actuar y en otras como referente a seguir. La
convivencia puede ser ocasión de enriquecimiento y no de conflicto.
Me atrevo a
asegurar que más que ninguna otra persona estamos convocados a ser comprensivos
y no intolerantes, a ejercitarnos en discernir y no en señalar, a ser críticos
y reflexivos frente a la superficialidad, a creer verdaderamente en la
posibilidad de cambio y de transformación de las personas y la sociedad. Si no somos los primeros en creer en nosotros
mismos y en luchar porque nuestra vida sea original y distinta ¿podemos
solicitarle a los demás que tengan fe en nosotros? Ésta es mi invitación a ver
desde otra perspectiva la cárcel.
Publicado en A Voz de A Lama en 2006
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