miércoles, 31 de octubre de 2012

Diario (15) Consuelo en el dolor


La dureza de la vida en prisión es inevitable. Serán muchas las lágrimas derramadas en las noches perpetuas de celda, cuando ya mi interno de apoyo ha caído rendido de agotamiento y me deja ensayar el silencio.
Se hace especialmente difícil el apenas poder comunicarte con tu familia y la imposibilidad de recibir la visita de los amigos; el no poder telefonear más que en el tiempo establecido y a quienes el centro ha autorizado; el que un funcionario abra tu correspondencia para revisar qué contiene un sobre, antes de entregártelo, y que te ponga impedimentos cuanto descubre una fotografía o un sello en su interior. Se llega a sentir recelo, cuando justamente tendría que ser lo contrario, cada vez que te avisan que has recibido cartas. Si aún encima llegas a recoger a razón de diez diarias… En una ocasión me llegaron a enviar dinero en una de ellas. Cuando el funcionario me preguntó cómo era posible, no supe qué responder y, simplemente, palidecí. A otro interno a quien le había sucedido lo amenazaron con una sanción. ¿Qué culpa tenemos de que quienes nos escriben desconozcan las normas de prisión?
Que se limite el peculio, que conseguir un simple bolígrafo o un folio se conviertan en una odisea, que cada vez que necesitas algo tengas que escribir una instancia, que debas ingerir los medicamentos ante un funcionario,… son un añadido más a esa privación de libertad que sufres.
No, no se trata únicamente de tener que dormir encerrado en una celda o de carecer de libertad para desplazarte a otro módulo. Es mucho más. Siempre idéntico el paisaje a través de las mismas ventanas enrejadas. La desconfianza a ese interfono en tu celda que puede ser conectado por el guardia curioso para escuchar la conversación que mantienes. El pequeño patio, rodeado de altos muros que se rematan en cierres de alambres espinados, o el largo pasillo, como únicos lugares de esparcimiento, constantemente patrullados por las cámaras de seguridad y transitados por una mayoría de drogadictos pedigüeños que te confunden con un asistente social.
Y a todo ello se le suma el conocer que cierto compañero de residencia, que deambula cada día junto a ti, padece esquizofrenia y cumple condena por haber asesinado a su propia madre, o que al otro le dan, con más frecuencia de la prevista, brotes psicóticos que le llevan a implicarla con el primero que se le cruce delante. Constantemente has de permanecer vigilante, ya no sólo ante la posibilidad de que te roben, de que te puedan intimidar o de que no le caigas en gracia a alguno.
No son pocas las contrariedades que hacen que sufras el auténtico significado de la expresión privación de libertad.
El apoyo recibido supone un gran estímulo a superar las dificultades y a afrontar esta realidad. “¿Qué tal estás?”, es la pregunta que, por teléfono o por carta, se repite sin cesar. Hoy es la de un sacerdote al que he visitado en agosto la que me conmueve especialmente. Solamente subrayo aquí un fragmento:
 “¿Qué tal estás?... No sé muy bien qué decirte, sólo que me acuerdo mucho de ti, que te considero un buen amigo, que rezo por ti, que estoy seguro de que dentro de poco pasará esta pesadilla, y que antes de lo que pensamos podremos dar un paseo por la playa, y charlar hasta las tantas de la noche, como hemos hecho tantas veces…”
Acuérdate del Cardenal Van Tuan, que durante muchos años estuvo prisionero por causa de su condición de obispo y lo que en todo aquel tiempo le mantuvo con esperanza fue la celebración diaria de la Misa, con unas migas de pan sobre un papel de fumar y unas gotas de vino en una pequeña lata de sardinas.” (El capellán) “…me ha dicho que puedes celebrar la Misa cada día y si puedes celebrar la Misa puedes tocar con tus manos el cielo. A las diez y media de la mañana, cuando yo celebro mi Misa, acuérdate de que la ofrezco por ti, así estaremos unidos en espíritu en ese momento.”
“Te voy a copiar un poema de Garcilaso, que yo leo siempre que paso por algún sufrimiento, y que me ayuda a mantener “viva la llama” y a ponerlo todo en manos de Dios que son las mejores manos”
Se despide prometiendo volver a llamar a mis padres, con quienes ya había hablado, y en cuanto esté en mi casa venir a visitarme “ya que solo nos separan seis horas de carretera en Hyunday y tres horas y media en Renault.”. 
Este es el poema que me transcribe y que se convierte para mí en oración:

En el alma Señor,
una caricia tuya,
un beso de tu amor
y una sonrisa,
para llenar mi vida de ambiciones,
tu ambición y tu gloria,
y tu alegría,
tu alegría, Señor, que yo entreveo
cuando te siento sembrador de amores
porque sólo por mí creaste el cielo
y sólo para mí nacen las flores.
Mi juventud es tuya,
tú lo sabes,
tuyas mis esperanzas y mis sueños;
por ti, Señor, desgastaré mi vida
hasta hacerte querer del mundo entero.
Gracias Señor porque tu amor es mío,
por haberme admitido a tu servicio,
por tener en el alma tu sonrisa,
te seguiré, Señor, por donde quieras,
con la paz de tu amor en la mirada
y tendré el corazón hecho de hoguera
para abrasar el mundo con sus llamas.
Yo no nací sino para quereros,
mi alma os ha cortado a su medida,
por hábito del alma misma os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos
Por Vos nací, por Vos tengo la vida,
Por Vos he de morir y por Vos muero

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