sábado, 6 de octubre de 2012

Sobre cárceles


           Artículo publicado en A Voz de A Lama en 2005


          Al comenzar a escribir sobre la cárcel, acaso considerado por unos osado, audaz e ineludible; por otros innecesario e inútil, y, desde luego, siempre comprometido para quien la sufre, quizá no esté de más hacer una advertencia: «La verdad no ofende. Dolerá, pero no ofende».
        El pasado 26 de noviembre de 2004 se celebró la Conferencia de los Responsables de las Administraciones Penitenciarias de los 45 Estados adherentes al Consejo de Europa. Una de las voces que allí se hicieron oír fue la de Juan Pablo II. Mi intención no es describir la realidad global y objetiva sino, haciéndome eco de aquella voz, consignar algunos pensamientos que pudieran invitar a una reflexión sobre determinados aspectos.
Me pregunto si desde que Cervantes denunció que la cárcel es «el lugar donde toda incomodidad tiene su asiento» han o no cambiado mucho las cosas. Cierto es que hoy tenemos ducha, lavabo y letrina en la misma celda, que podemos disponer de un aparato de radio y otro de televisión, se nos permite llevar vestimenta personal y se nos distribuye comida, que contamos en el Centro con instalaciones deportivas, educativas y de ocio. Por cierto que hay quienes ven en esto un exceso porque piensan que el Estado no tiene porqué mantener a la “escoria” de la sociedad y que la cárcel debe ser una máquina de tornear al hombre, un potro para domar al preso. No sé si son muchos pero son quienes ven a los presos como unos seres antisociales e irrecuperables con los que no vale la pena tener consideración alguna.
Juan Pablo II recuerda que«todo Estado debe preocuparse de que en todas las cárceles se garantice la atención total por los derechos fundamentales del hombre» y, añade, que «no hay duda de que hay que reconocer siempre al encarcelado la dignidad de persona, como sujeto de derechos y deberes. En toda nación civil debe darse la preocupación compartida por la tutela de los derechos inalienables de todo ser humano». Y es que el objetivo de la cárcel es la recuperación del preso: «Las medidas simplemente represivas o punitivas, a las que se recurre normalmente, son inadecuadas para alcanzar los objetivos de la auténtica rehabilitación de los detenidos».
                En demasiadas ocasiones la cárcel es un calvario en el que cada uno arrastra su cruz particular. Lejos de encontrar manos amigas que nos ayuden a soportarla se suele tropezar más fácilmente con quien hace más pesada la carga y más insufrible el dolor. Las más de las veces, y esto todavía duele más, son los mismos compañeros de rejas quienes se entretienen en estas contiendas de infligir mayores angustias a los demás. De ahí probablemente el dicho de que “el peor enemigo de un reo es otro reo.”
                Actualmente y en los Estados europeos  no será fácil constatar que sigan existiendo torturas en el sentido físico. Sin embargo, lo que podría no ser tan difícil sería alegar la existencia de malos tratos que si bien no recaen en el cuerpo sí lo hacen en el alma. Es el mismo Juan Pablo II quien insiste en «replantear la situación de las cárceles en sus mismos fundamentos y finalidades» recordando que «si el objetivo de las estructuras penitenciarias no es sólo la custodia, sino también la recuperación de los detenidos, es necesario abolir los tratos físicos y morales que lesionan la dignidad humana y comprometerse en una mejor preparación profesional de los que trabajan en las cárceles» y que hay que alentar «la búsqueda de penas alternativas a la cárcel, apoyando aquellas iniciativas de auténtica integración social de los detenidos con programas de formación humana, profesional, espiritual».
                Probablemente haya a quien le parezca que estas Conferencias sirvan de muy poco. A algunos hasta les sobrarían las legislaciones y reglamentaciones penitenciarias. Es cierto que en la praxis de cada día quienes sufrimos la cárcel no sabemos muy bien a qué atenernos y que la interpretación que concebimos de los artículos de la Ley Orgánica y el Reglamento Penitenciario difiere considerablemente de la que sostienen quienes las dirigen pero, aún así, soy de los que prefieren la existencia de la ley así como de Conferencias en las que se hable sobre esta realidad.
                En los tiempos que vivimos no es extraño escuchar voces que reclaman una mayor dureza de las penas de prisión y que éstas se cumplan íntegramente. En ocasiones la obtención de permisos o la clasificación en tercer grado de algunos internos se convierten en crónica de los medios de comunicación social. Sería grave que el argumento para aplicar medidas coercitivas se estableciese en el criterio de la opinión pública o en la manipulación que de ella realizan algunos medios de comunicación social. Deduzco que la severidad de castigos podría traer consigo el efecto contrario al  perseguido al llevar a pensar que más que justicia se pudiera estar aplicando venganza lo que dificultaría un verdadero arrepentimiento por parte de quienes delinquen.
                Un ex-magistrado escribe: “ni siquiera en momentos de mayor alarma social, ese concepto tan indeterminado como manipulable, soy partidario de las cadenas para los presos, ni de mano dura en las prisiones”. Y señala que “habría que tener más cuidado con esos verdaderos juicios de papel capaces de producir mayores perjuicios que el propio proceso”.
                La preocupación por la tutela de la sociedad no puede ir en detrimento del respeto a los derechos de los presos, y viceversa. Continúa diciendo el Papa: «el deber de aplicar la justicia para defender a los ciudadanos y el orden público no contrasta con la atención a los derechos de los presos y a su rehabilitación; al contrario, se trata de dos aspectos que se integran. Prevención y represión, detención y reinserción social son intervenciones complementarias».
La realidad impone una seria reflexión al respecto y un verdadero cambio de mentalidad. Manuel Azaña aseguraba: “La libertad no hace felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres”. Sería importante no olvidarlo.

2 comentarios:

  1. Me da mucha alegría poder leer las palabras del Beato Juan Pablo II en este artículo. ¡Enhorabuena por enseñarnos la realidad de las cárceles!

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  2. Bueno, es la realidad como yo la experimento y no deja de ser reconfortante leer al Beato Juan Pablo II pronunciándose sobre ella en esos términos. Ojalá se le tuviera más en cuenta en ésto y en tantas cosas

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