Artículo publicado en A Voz de A Lama en 2005
Al comenzar a escribir sobre la cárcel, acaso considerado
por unos osado, audaz e ineludible; por otros innecesario e inútil, y, desde
luego, siempre comprometido para quien la sufre, quizá no esté de más hacer una
advertencia: «La verdad no ofende. Dolerá, pero no ofende».
El
pasado 26 de noviembre de 2004 se celebró la Conferencia de los Responsables de
las Administraciones Penitenciarias de los 45 Estados adherentes al Consejo de
Europa. Una de las voces que allí se hicieron oír fue la de Juan Pablo II. Mi
intención no es describir la realidad global y objetiva sino, haciéndome eco de
aquella voz, consignar algunos pensamientos que pudieran invitar a una
reflexión sobre determinados aspectos.
Me pregunto si desde que Cervantes
denunció que la cárcel es «el lugar donde toda incomodidad tiene su asiento»
han o no cambiado mucho las cosas. Cierto es que hoy tenemos ducha, lavabo y
letrina en la misma celda, que podemos disponer de un aparato de radio y otro
de televisión, se nos permite llevar vestimenta personal y se nos distribuye
comida, que contamos en el Centro con instalaciones deportivas, educativas y de
ocio. Por cierto que hay quienes ven en esto un exceso porque piensan que el
Estado no tiene porqué mantener a la “escoria” de la sociedad y que la cárcel
debe ser una máquina de tornear al hombre, un potro para domar al preso. No sé
si son muchos pero son quienes ven a los presos como unos seres antisociales e
irrecuperables con los que no vale la pena tener consideración alguna.
Juan Pablo II recuerda que«todo
Estado debe preocuparse de que en todas las cárceles se garantice la atención
total por los derechos fundamentales del hombre» y, añade, que «no hay
duda de que hay que reconocer siempre al encarcelado la dignidad de persona, como
sujeto de derechos y deberes. En toda nación civil debe darse la preocupación
compartida por la tutela de los derechos inalienables de todo ser humano». Y
es que el objetivo de la cárcel es la recuperación del preso: «Las medidas
simplemente represivas o punitivas, a las que se recurre normalmente, son
inadecuadas para alcanzar los objetivos de la auténtica rehabilitación de los
detenidos».
En
demasiadas ocasiones la cárcel es un calvario en el que cada uno arrastra su
cruz particular. Lejos de encontrar manos amigas que nos ayuden a soportarla se
suele tropezar más fácilmente con quien hace más pesada la carga y más
insufrible el dolor. Las más de las veces, y esto todavía duele más, son los
mismos compañeros de rejas quienes se entretienen en estas contiendas de
infligir mayores angustias a los demás. De ahí probablemente el dicho de que “el
peor enemigo de un reo es otro reo.”
Actualmente
y en los Estados europeos no será fácil
constatar que sigan existiendo torturas en el sentido físico. Sin embargo, lo
que podría no ser tan difícil sería alegar la existencia de malos tratos que si
bien no recaen en el cuerpo sí lo hacen en el alma. Es el mismo Juan Pablo II
quien insiste en «replantear la situación de las cárceles en sus mismos
fundamentos y finalidades» recordando que «si el objetivo de las
estructuras penitenciarias no es sólo la custodia, sino también la recuperación
de los detenidos, es necesario abolir los tratos físicos y morales que lesionan
la dignidad humana y comprometerse en una mejor preparación profesional de los
que trabajan en las cárceles» y que hay que alentar «la búsqueda de
penas alternativas a la cárcel, apoyando aquellas iniciativas de auténtica
integración social de los detenidos con programas de formación humana,
profesional, espiritual».
Probablemente haya a quien le
parezca que estas Conferencias sirvan de muy poco. A algunos hasta les
sobrarían las legislaciones y reglamentaciones penitenciarias. Es cierto que en
la praxis de cada día quienes sufrimos la cárcel no sabemos muy bien a qué
atenernos y que la interpretación que concebimos de los artículos de la Ley
Orgánica y el Reglamento Penitenciario difiere considerablemente de la que
sostienen quienes las dirigen pero, aún así, soy de los que prefieren la
existencia de la ley así como de Conferencias en las que se hable sobre esta
realidad.
En los
tiempos que vivimos no es extraño escuchar voces que reclaman una mayor dureza
de las penas de prisión y que éstas se cumplan íntegramente. En ocasiones la
obtención de permisos o la clasificación en tercer grado de algunos internos se
convierten en crónica de los medios de comunicación social. Sería grave que el
argumento para aplicar medidas coercitivas se estableciese en el criterio de la
opinión pública o en la manipulación que de ella realizan algunos medios de
comunicación social. Deduzco que la severidad de castigos podría traer consigo
el efecto contrario al perseguido al
llevar a pensar que más que justicia se pudiera estar aplicando venganza lo que
dificultaría un verdadero arrepentimiento por parte de quienes delinquen.
Un
ex-magistrado escribe: “ni siquiera en momentos de mayor alarma social, ese
concepto tan indeterminado como manipulable, soy partidario de las cadenas para
los presos, ni de mano dura en las prisiones”. Y señala que “habría que
tener más cuidado con esos verdaderos juicios de papel capaces de producir
mayores perjuicios que el propio proceso”.
La
preocupación por la tutela de la sociedad no puede ir en detrimento del respeto
a los derechos de los presos, y viceversa. Continúa diciendo el Papa: «el
deber de aplicar la justicia para defender a los ciudadanos y el orden público
no contrasta con la atención a los derechos de los presos y a su
rehabilitación; al contrario, se trata de dos aspectos que se integran.
Prevención y represión, detención y reinserción social son intervenciones
complementarias».
La realidad impone una seria
reflexión al respecto y un verdadero cambio de mentalidad. Manuel Azaña
aseguraba: “La libertad no hace felices a los hombres; los hace,
sencillamente, hombres”.
Sería importante no olvidarlo.
Me da mucha alegría poder leer las palabras del Beato Juan Pablo II en este artículo. ¡Enhorabuena por enseñarnos la realidad de las cárceles!
ResponderEliminarBueno, es la realidad como yo la experimento y no deja de ser reconfortante leer al Beato Juan Pablo II pronunciándose sobre ella en esos términos. Ojalá se le tuviera más en cuenta en ésto y en tantas cosas
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