En situaciones como la que me ha
tocado vivir es digno de resaltar el apoyo recibido. ¿Qué puede sucederle a una
persona que atraviese por un momento así y se encuentre sola? O lo que es peor
aún, ¿qué pasaría si, de repente, se ve rechazada, insultada, despreciada de
todos?
El periódico resalta en un titular, refiriéndose
a mi paso por prisión, el “record de
cartas y visitas”. Si bien es cierto que lo último es exagerado, pues he
recibido la visita de los miembros más cercanos de mi familia y pocas más,
debido, como ya he explicado, a las normas de seguridad de los Centros y al
temor a una “avalancha de visitas” en
mi caso particular; no menos cierto es que en esos cincuenta y ocho días fueron
al menos seiscientas las cartas que recibí.
En una de ellas, alguien me escribía
haciendo hincapié en que lo que estaba viviendo no era una cruz, pues contaba
con la continua ayuda de mis padres y familia, además de la de quienes fueron
mis feligreses. El mismo abogado que lleva mi defensa, cuando me visitó en el
locutorio, se refirió con absoluta convicción a la actitud de radical unión que
mi padre le había manifestado. Fueron tales sus palabras de elogio y agasajo hacia
él que no pude evitar que por mi rostro se deslizaran lágrimas de emoción.
Alguien, también en una carta fechada
el quince de noviembre, resaltará: "D, Edelmiro a quién más dediqué mis
oraciones fue a su madre; yo como madre que soy sé y comprendo el calvario que
ella está viviendo; no tengo confianza con ella, no soy zalamera ni sé expresar
con palabras las cosas que siente mi corazón para darle ánimos y fuerzas, sin
embargo mis armas poderosas: la oración y la mortificación sé que le estarán
haciendo mucho bien. -Es muy cierto que no hay otro camino hacia la Pascua que
pasar por la Cruz; pero esta cruz con la que usted carga y sobre todo la de su
madre "pesa toneladas" y las mujeres (aunque somos el sexo fuerte)
nos flaquean las fuerzas y caemos a tierra con más facilidad, pero también es
cierto que nos levantamos inmediatamente, miramos al cielo pidiendo socorro… y
volvemos a llevar el peso. -Aquellas mujeres que con la Virgen acompañaron a
Jesús al Calvario y resistieron hasta el final estoy segura que flaquearon
muchas veces, lloraron mucho, pidieron ayuda y perseveraron. Su madre flaqueará
muchas veces, llorará lágrimas de sangre, pero con mi grano de arena y los de
otras personas "resistirá". -Le puede dar la sensación de que usted
no me preocupa, de que quien está entre esas malditas rejas es su madre; ¡tal
vez sea así!, ella está más encerrada que usted y cambiaría su puesto con los
ojos cerrados; sería la única en esta tierra que lo haría". ¡Sí! ¡Qué
razón y qué sensibilidad tiene esta persona que me escribe! ¿Puede hacerse
mejor comentario sobre el admirable valor que tienen las madres? ¡Doy gradas a
Dios por la que me ha dado, que es, con mucho, la más maravillosa del mundo! Y
doy gracias también por mi padre -aunque no sea el biológico, tal vez por eso
tiene mucho mayor mérito-, mi hermana y mi cuñado. ¡Siempre han estado
sufriendo todo esto a mi lado!
Cómo no referirme también, para dar
gracias, a ese vecino que quiere pasar desapercibido y deposita ¡quince
millones! -noventa mil ciento cincuenta y un euros- para que pueda salir en
libertad. Y a los vecinos que recaudan fondos para ayudarme a hacer frente a los
gastos del proceso. Y a quienes firmaron solicitando mi libertad y avalándome con
sus propios bienes -¡2300 firmas!-. Y a quienes me han ido acompañando con sus
cartas y con sus oraciones. Y a aquellos que, desde el silencio, porque no
sabían qué decirme ni cómo, sólo llorar al pensar en lo mío, se mantuvieron
unidos a mí hasta el fin. Y a todos, también a los que aún sin conocerme
personalmente, nunca han dado crédito a semejantes acusaciones. ¡Gracias de
todo corazón! Que Dios premie sus desvelos.
En una llamada al móvil alguien me
pregunta si soy Edelmiro, el cura, y afirma ser de “tribunales”. Al corroborar
que soy yo, especifica que se trata de la sección de un periódico. Aunque le
advierto que no puedo hacer declaraciones, astutamente va preguntando. Amablemente,
antes de que le colgara, me ofreció la posibilidad de declarar en su diario
cuando quisiera y me felicitó por la libertad recién estrenada. Publica, al día
siguiente, una entrevista en la que resalta: “Al otro lado del teléfono, su tono es serio y la voz débil, como si
denotara cansancio”. Sí, estoy “cansado y abatido”, como expresa. “La última semana ha sido de cara y cruz”,
efectivamente. Pero no dejaré de proclamar la única verdad, entonces y ahora: “sí, yo soy inocente”.
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