miércoles, 14 de noviembre de 2012

Diario (29) Apoyos


En situaciones como la que me ha tocado vivir es digno de resaltar el apoyo recibido. ¿Qué puede sucederle a una persona que atraviese por un momento así y se encuentre sola? O lo que es peor aún, ¿qué pasaría si, de repente, se ve rechazada, insultada, despreciada de todos?
El periódico resalta en un titular, refiriéndose a mi paso por prisión, el “record de cartas y visitas”. Si bien es cierto que lo último es exagerado, pues he recibido la visita de los miembros más cercanos de mi familia y pocas más, debido, como ya he explicado, a las normas de seguridad de los Centros y al temor a una “avalancha de visitas” en mi caso particular; no menos cierto es que en esos cincuenta y ocho días fueron al menos seiscientas las cartas que recibí.
En una de ellas, alguien me escribía haciendo hincapié en que lo que estaba viviendo no era una cruz, pues contaba con la continua ayuda de mis padres y familia, además de la de quienes fueron mis feligreses. El mismo abogado que lleva mi defensa, cuando me visitó en el locutorio, se refirió con absoluta convicción a la actitud de radical unión que mi padre le había manifestado. Fueron tales sus palabras de elogio y agasajo hacia él que no pude evitar que por mi rostro se deslizaran lágrimas de emoción.
Alguien, también en una carta fechada el quince de noviembre, resaltará: "D, Edelmiro a quién más dediqué mis oraciones fue a su madre; yo como madre que soy sé y comprendo el calvario que ella está viviendo; no tengo confianza con ella, no soy zalamera ni sé expresar con palabras las cosas que siente mi corazón para darle ánimos y fuerzas, sin embargo mis armas poderosas: la oración y la mortificación sé que le estarán haciendo mucho bien. -Es muy cierto que no hay otro camino hacia la Pascua que pasar por la Cruz; pero esta cruz con la que usted carga y sobre todo la de su madre "pesa toneladas" y las mujeres (aunque somos el sexo fuerte) nos flaquean las fuerzas y caemos a tierra con más facilidad, pero también es cierto que nos levantamos inmediatamente, miramos al cielo pidiendo socorro… y volvemos a llevar el peso. -Aquellas mujeres que con la Virgen acompañaron a Jesús al Calvario y resistieron hasta el final estoy segura que flaquearon muchas veces, lloraron mucho, pidieron ayuda y perseveraron. Su madre flaqueará muchas veces, llorará lágrimas de sangre, pero con mi grano de arena y los de otras personas "resistirá". -Le puede dar la sensación de que usted no me preocupa, de que quien está entre esas malditas rejas es su madre; ¡tal vez sea así!, ella está más encerrada que usted y cambiaría su puesto con los ojos cerrados; sería la única en esta tierra que lo haría". ¡Sí! ¡Qué razón y qué sensibilidad tiene esta persona que me escribe! ¿Puede hacerse mejor comentario sobre el admirable valor que tienen las madres? ¡Doy gradas a Dios por la que me ha dado, que es, con mucho, la más maravillosa del mundo! Y doy gracias también por mi padre -aunque no sea el biológico, tal vez por eso tiene mucho mayor mérito-, mi hermana y mi cuñado. ¡Siempre han estado sufriendo todo esto a mi lado!
Cómo no referirme también, para dar gracias, a ese vecino que quiere pasar desapercibido y deposita ¡quince millones! -noventa mil ciento cincuenta y un euros- para que pueda salir en libertad. Y a los vecinos que recaudan fondos para ayudarme a hacer frente a los gastos del proceso. Y a quienes firmaron solicitando mi libertad y avalándome con sus propios bienes -¡2300 firmas!-. Y a quienes me han ido acompañando con sus cartas y con sus oraciones. Y a aquellos que, desde el silencio, porque no sabían qué decirme ni cómo, sólo llorar al pensar en lo mío, se mantuvieron unidos a mí hasta el fin. Y a todos, también a los que aún sin conocerme personalmente, nunca han dado crédito a semejantes acusaciones. ¡Gracias de todo corazón! Que Dios premie sus desvelos.
En una llamada al móvil alguien me pregunta si soy Edelmiro, el cura, y afirma ser de “tribunales”.  Al corroborar que soy yo, especifica que se trata de la sección de un periódico. Aunque le advierto que no puedo hacer declaraciones, astutamente va preguntando. Amablemente, antes de que le colgara, me ofreció la posibilidad de declarar en su diario cuando quisiera y me felicitó por la libertad recién estrenada. Publica, al día siguiente, una entrevista en la que resalta: “Al otro lado del teléfono, su tono es serio y la voz débil, como si denotara cansancio”. Sí, estoy “cansado y abatido”, como expresa. “La última semana ha sido de cara y cruz”, efectivamente. Pero no dejaré de proclamar la única verdad, entonces y ahora: “sí, yo soy inocente”.


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