Desde el trece de septiembre de dos
mil dos no recuerdo haber consignado nada relevante en mis anotaciones. Solamente
sé que el nuevo año será, por fin, en el que se celebrará el juicio que llevo
tanto tiempo esperando. El diez de febrero de dos mil tres da comienzo. De
lunes a jueves tendrán lugar las vistas. Reconozco que soy incapaz de recordar con claridad lo sucedido aquellos días. La tensión era tal que no fui capaz de tomar notas. He de
recurrir a las crónicas de prensa o a las actas de la celebración del juicio para
poder rememorar.
Da comienzo un juicio en el que se me
solicitan entre cincuenta y sesenta y dos años de cárcel. Sí, reconozco haber
dormido con alguno de los denunciantes, lo que no significa, en absoluto, ser
autor de los abusos y agresiones de los que me acusan. Sin embargo, mi propia
defensa piensa que esta manifestación es mi condena.
Después de mi declaración, en la que
mayoritariamente debo responder sí o no, y de la de los denunciantes; irán
declarando los profesores, quienes fueron monaguillos, jóvenes ex alumnos y
otros testigos. No lo harán todos los que desean hacerlo, cerca de sesenta,
sino poco más de una treintena. Declaran no haber tenido ningún problema
conmigo. Uno dice: “no fue sobón ni
conmigo ni con nadie”. Cuando otro de los testigos quiere referirse a las
relaciones sexuales que mantenían entre ellos, el presidente de Sala le ordena
no seguir. Igualmente sucede cuando la defensa hace referencia a los mensajes
obscenos que uno de los denunciantes, homosexual con problemas de autoestima,
enviaba a mi móvil. Uno de los jóvenes que nos acompañó en el viaje en el que
supuestamente habría abusado de ellos, niega los hechos. El propietario del
restaurante donde íbamos a cenar destaca cómo no ha notado ningún cambio en los
chicos cuando supuestamente íbamos después de que sucediera el abuso. Los
profesores destacan la conflictividad de los denunciantes y que “se sentían como héroes” tras la
denuncia. Cuentan cómo alguno, en el aula, ante más de treinta alumnos, la
amenazó con rajarle las ruedas del coche. Una amiga de uno de los denunciantes
declara como éste “me contó que en casa
del cura había pasado de todo y que pensara mal”, pero añadió no haberle
creído porque se lo contó “a carcajadas”
y que, días después, le pidió que no le preguntara nada “porque no sé lo que es verdad o lo que es mentira”. Otra amiga a
quien se lo había contado declara no haberlo visto afectado y dice que “parecía que jugaba conmigo, además se le
veía normal y alegre”. Uno por uno van desfilando los testigos que
coinciden en decir que no los han visto afectados, que “solían fanfarronear y mentir” y relatan cómo tenían la costumbre
de llamar a la Guardia Civil o a los bomberos por falsas alarmas, sólo por diversión.
Las sesiones del juicio van pasando y
no deja uno de sorprenderse. Lo que más llamará mi atención será el testimonio
de los forenses del juzgado al asegurar que son “chicos dóciles” y no especialmente conflictivos. Ven afectados a
los muchachos. ¿Será por los supuestos abusos o más bien por la reacción
contraria que se encontraron al acusarme? De mí declaran que detectan “rasgos de inmadurez emocional; no pone
límites a sus relaciones sociales”. También las psicólogas de parte me
definen como una persona “muy escrupulosa
moralmente y muy obsesivo en el sentido de exigente, perfeccionista y escrupuloso”.
Añaden que soy “empático” y “con una gran preocupación por los demás”
y “muy ingenuo” a la hora de valorar
el comportamiento de los demás hacia mí.
La fiscal y la abogada de la acusación
son tremendamente duras conmigo en sus aseveraciones. La verdad es que apenas
reacciono. No porque sea frío y calculador, como dicen, sino porque la
medicación que estoy tomando me tiene atontado. No me reconozco a mí mismo
cuando me recuerdo en aquella situación.
El juicio queda visto para sentencia
el jueves trece. Mi abogado ha renunciado a que se presenten más testigos por
mi parte pues cree que es suficiente con los que ya han declarado. Mi alegación
final no es otra que la de declarar mi inocencia y esperar la resolución que
acataré con respeto y resignación.
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