viernes, 2 de noviembre de 2012

Diario (17) Presos… ¿fríos, calculadores, sin sentimientos…?


La población ha aumentado en nuestro chabolo. Mi interno de apoyo, encargado de la limpieza en el módulo, cuando realizaba su tarea en los despachos médicos, se encontró con un intruso. Sin pensárselo dos veces lo trajo para nuestra celda. Le llama Rivaldiño y lo guarda en un pequeño vaso de plástico. ¡La hemos armado! Es un grillo y el ciego le dice que como no nos deje dormir se lo tirará por la ventana. El interno de apoyo, que siempre tiene respuesta para todo, le dice: “anda, cala, que mais ruido que ti non fai nadie. Roncas coma un porco”. Aunque la expresión pueda parecer dura o de enfado, no lo es. Siempre que bromean se adjetivan con un sinnúmero de apelativos cariñosos.
Esta noche, mi interno de apoyo me hablará de Tarzán. No del popular personaje de la selva sino de su perro. Es un enamorado de los animales. Me cuenta cómo cuando salía de noche a la discoteca, Tarzán siempre le seguía, y tenía que hacer mil escamoteos para librarse de él. También me habla del can que tenía su vecino. Éste no le caía nada bien, porque cuando trabajó de albañil en casa de su dueño, el perrito no hacía más que gruñirle y mordisquearle. Un día -me cuenta- le escapó con un zapato en el hocico. Él no se detuvo y enseguida maquinó su venganza. Cuando lo pilló por sorpresa lo lanzó por los aires y fue a caer en un barreño de cal. “¡Jodéuse o can!, non me iba a joder él a min”. Por suerte, no fue mucho el daño que se hizo, pero surtió el suficiente efecto como para que no lo molestase más y huyese cada vez que lo veía acercarse.
No pasará mucho tiempo para que mi interno de apoyo le encuentre una compañera a nuestro invitado. Esta vez, dice él, es una grilla. Distingue al macho de la hembra por la cornamenta. Fabricará entonces, con la ayuda del cabo, una morada más decente para ambos, un par de cajas de cartón bastarán para crearles un ambiente apropiado. Para completar la faena se han empeñado, él y el ciego, en que debo unir en matrimonio a los bichitos. ¡Qué risas nos echamos! El ciego, atiplando su voz, representaba a la novia y el interno de apoyo al novio. "Espera, espera, -me decía-, temos que mirar o que di Rivaldiño…  Moveu os corniños. ¡Sí!, quer casarse". Fueron nuestros compañeros de celda una buena temporada. Yo solía decirle que era un crimen, que bastante desgracia teníamos nosotros viviendo encerrados como para desearles a los pobres bichos la misma suerte. Entonces, antes de acostarse, los soltaba para que se paseasen por encima de su cama y, después de una etapa, los devolvía a su prefabricada morada. Nuestro chabolo se convirtió así, además de en un circo, -no parábamos de reír con las ocurrencias de nuestro interno de apoyo-, en una especie de pequeño zoológico al que acudían algunos residentes para visitar a las bestiecitas y traerles algún hierbajo que sobraba de la comida o de la cena. Cualquier excusa nos vale para reímos y olvidar los problemas por un rato.
El  licenciado era todo un experto en arrancar sonrisas. Además de imitar espléndidamente a cualquiera de los que convivían con nosotros, siempre tenía alguna anécdota que contar sobre su vida fuera o, incluso, en la misma prisión. Algunas parecen imposibles, como cuando compró  un caballo para regalar a su hijo por su cumpleaños. Cuenta que fue con un amigo a Lugo para conseguir un purasangre. Lo compró y lo metió en el remolque pero, al día siguiente, llegó a su casa sin él. Tuvo que deshacer el camino andado porque, ni él ni su acompañante, recordaban qué había sucedido con el caballo. Fueron deteniéndose en todo cuanto bar y restaurante descubrían. A quiénes les preguntaban indicaban que ellos sí habían pasado por allí, pero ninguno recordaba el caballo. Por fin, llegan a un mesón donde, por lo visto, habían cenado. Al interrogar a la señora si se daba cuenta de que habían pasado la noche anterior con un caballo, no les respondió, comenzó a llamar a gritos a quien parecía ser su marido para exclamar triunfal: “¡aquí están os do cabalo!”. Como para no acordarse. Después de haber acompañado la cena con unas cuantas botellas de güisqui, el licenciado sacó del remolque al animal y, montado sobre él, hizo un auténtico espectáculo al más genuino estilo del Oeste americano, ¡dentro del local! Lo destrozó todo. Tuvo que pagar los desperfectos ocasionados, y un plus, para recuperar caballo y remolque.
El sábado veinte de octubre recibo una sorpresa.  El capellán trae cada sábado a unos jóvenes que trabajan como voluntarios con los reclusos. Además le ayudan en un piso de acogida, en Vigo, a donde los internos, en especial aquellos que no tienen familia que los reciba o son extranjeros, salen a disfrutar de los permisos. También los acompañan cuando se organiza alguna excursión, que antes autorizan la Dirección del centro y de Instituciones Penitenciarias. Entre estos voluntarios hoy viene uno muy especial: un compañero de curso. En la capilla nos fundimos en un caluroso abrazo. Está nerviosísimo. Casi soy yo quien ha de animarlo y recordarle: “eh, que el que está en la cárcel soy yo, no tú, tranquilo”. Es la primera vez que entra a uno de estos lugares y está impresionado. Apenas nos rinde el tiempo. Me asiste en la celebración de la Santa Misa y enseguida nos despedimos. A las doce tengo comunicación con mi familia en locutorios. ¡Qué gran sorpresa y emoción se experimenta en momentos así! Poder abrazar a un compañero, amigo, hermano, cuando estás tan lejos, a pesar de la poca distancia geográfica, es un enorme regalo. En adelante, todos los sábados que puede hace un esfuerzo por venir a verme, aunque sea siempre tan escaso el tiempo del que podamos disfrutar. Se convierte en voluntario con una misión particular y especial. ¡Qué ánimos me dan sus visitas! Se cita después con mi familia y se ven a la salida.
El martes veintitrés tengo ocasión de volver a estar con mis padres y hermana en un vis a vis. Los encuentro más tranquilos y animados y me hablan con optimismo sobre el nuevo abogado. Me cuentan que ha comenzado ya a entrevistarse con gente para seleccionar a testigos y que recurrirá el Auto de prisión. Me dan saludos de todos los que les llaman interesándose por mi y de quienes les van a visitar.
El hijo del cabo también ha comunicado con su familia. Tiene una niña pequeña a quien siempre veo en locutorios a través del cristal. Hoy corretea por el pasillo de las celdas de visita y, aunque tímida, dice adiós con su manita a quienes pasamos a su lado. Al hijo del cabo  siempre le entra la depre al tener que despedirse. Está perdiéndose los mejores momentos de la vida de su hija. El tablero de su celda está empapelado con sus fotografías. En ocasiones me habla de ella y yo, claro, de mis sobrinas.
Es muy triste la privación de libertad por muchos motivos, pero el más doloroso es el de verse privado de la cercanía y contacto con los seres queridos. Este aspecto humano, que muchos reclusos tenemos, se convierte en ocasión para entablar conversaciones excepcionales. En una de ellas, el hijo del cabo me pide una Biblia –nunca la ha leído-. Además de regalarle una, también le entrego uno de los tres ejemplares que ya tengo del libro de Monseñor Van Thuan. Es un chico sensible. ¿Por qué se tiende siempre a identificar al preso como una persona fría, calculadora, sin entrañas ni sentimientos? Indudablemente los hay, sí, pero ni todos ni la mayoría son así.

3 comentarios:

  1. Me encanto esta publicacion...los grillos buenisima la historia jajajaja la verdad que tus compañeros tenian un humor tremendo apesar de todo.
    Me gusto mucho, un beso enorme.

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  2. Los grillos, ¡genial!
    "¿fríos, calculadores, sin sentimientos...?" Posiblemente, en muchas de las situaciones, todo lo contrario. Ver en sus propias familias que se ha perdido el amor, los valores de los que tanto se habla y no se practican... hacen a uno enfrentarse con la sociedad e incluso con los seres que uno más quiere. En cada individuo hay una historia detrás, que en muchos casos, un infierno con el que tratan de acabar, llevándolos a actuaciones inexplicables y que por supuesto no los elude ni justifica su responsabilidad.

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  3. ¡Sí! Indudablemente hay una historia detrás de cada una de nuestras vidas. Hay acciones que no pueden justificarse nunca, por supuesto, y que no eluden la responsabilidad personal de quien las realiza...pero debe ayudarnos a comprender, debe invitarnos a no hacer juicios sin conocer, en definitiva, a reflexionar sobre la condición humana

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